Procedente de Buenos Aires, Anabella Saibene lleva unos quince años trabajando en Cuenca, superando dificultades entre las que se incluye una pandemia que le pilló justo en el momento en el que se había cambiado a un local más grande. En esta entrevista conocemos la historia de esta instructora que tiene su academia en la calle Ortega y Gasset.
¿Cómo acabaste viniendo a España?
Por una amiga mía que viajó a Argentina. Yo me había quedado sin trabajo y tras la vuelta de mi hermano de Italia se me presentó a mí la oportunidad de conocer Europa. Me vine de vacaciones a Cuenca, que es donde mi amiga vivía, y aquí terminé. ¡De Buenos Aires a San Lorenzo de la Parrilla!
¿Tu primera parada fue en La Parrilla?
Durante veinte días, luego caí en Cuenca. Allí estaba bien, pero no tenía las cosas a las que estaba acostumbrada, así que me fui a Cuenca. Luego mi amiga se fue a Alicante y yo me quedé.
“El dinero que pude ahorrar lo invertí en mi segunda pasión, que es el baile”
Cuando llegaste ya había una comunidad argentina en Cuenca, sobre todo vinculada a la hostelería.
Yo empecé a trabajar en la hostelería y le alquilé una habitación a un chico argentino. Pero contacté con todo el mundo, no solamente argentinos. La gente es gente, más allá de su nacionalidad. Luego trabajé en una constructora, porque soy arquitecta, y después trabajé en un centro de acogida de inmigrantes. Después de eso, el dinero que pude ahorrar lo invertí en mi segunda pasión, que es el baile, el fitness y el deporte. Me fui a Barcelona dos años, me saqué todas las titulaciones habidas y por haber, y me pulí toda la plata. Después volví a Cuenca con mi madre y montamos el gimnasio.
¿Por qué no te quedaste en Barcelona?
Tenía oportunidad laboral en Barcelona, porque era muy buena estudiante. Pero como ya había sentado raíces aquí, no quería un segundo desarraigo. Más que nada por eso, no quería hacer todo otra vez. Aquí en Cuenca tenía ya cosas.
¿El proyecto lo tenías pensado o fue surgiendo sobre la marcha?
Fue surgiendo. Yo tenía un dinero ahorrado y cuando terminé en el centro de menores, en lugar de pulirme el dinero decidí invertirlo. Me había empezado a meter en el deporte otra vez, la bicicleta, el aeróbic… Me empezó a picar el gusanillo y pensé ¿por qué no? Hay que especializarse para enseñar, así que me fui a formarme.
¿De pequeña hacías deporte y bailabas?
Hacía aeróbic de competición en Argentina. Los eventos se hacían en teatros. Yo tenía unos diez años, pero siempre fui una chica grande y para la competición necesitas mucha agilidad y fortaleza. Cuando te subes al escenario sientes que eres la mejor del mundo, que eres fantástica.
¿Alguna medalla?
Sí, alguna que otra. Fue una muy buena época, pero luego por las circunstancias se dejó. Me dediqué a estudiar y fui a la universidad.
¿Y de arquitecta no has podido ejercer?
Trabajé en Argentina y en una constructora en Cuenca. El parón que hubo en la construcción en Argentina luego llegó a España. He tenido la satisfacción de que he podido hacer las dos cosas que me gustan: en una etapa de mi vida, construir, diseñar, calcular y matarme los ojos en los ordenadores; y en el otro lado, bailar, gracias a Dios. Todo con mucho esfuerzo.
“Si a ti te mandan hacer ejercicio pero no te diviertes, no es lo mismo”
¿De dónde surgió la zumba?
Yo me metí de lleno en el aeróbic y la tonificación. Me empezó a picar mucho el trabajo del cuerpo, el seguir un objetivo para un cliente en todo lo que es la musculación. Empecé a tocar la zumba, me encanta bailar, divertirme y hacer el mono. Cuando doy clase tengo la teoría de que, si a ti te mandan hacer ejercicio porque quieres bajar de peso, pero no te diviertes, no es mismo. Tiene que haber algo que te divierta de la clase. Empecé a dar clases de zumba y me hice instructora. Esto es un no acabar, mañana seguramente habrá otra disciplina y esto es formarte y crear con los conocimientos que adquieres.
Vuestra academia abrió hace nueve años.
Comenzamos con aeróbic y al poco tiempo me hice instructora de zuma y empezamos con las clases de baile. Llegamos a dar también clases de baile de salón, aunque no me dedico mucho a eso. Todo empezó con el aeróbic y la manera de hacer un poco divertidas las clases. Luego empezamos a dar zumba, hay muchas especialidades. No deja de ser un ejercicio de fitness divertido, ameno y llevadero.
¿Fueron fáciles los inicios?
No. Abrí en diciembre, el peor mes, con todas las fiestas y los turrones. Cuanto más come la gente viene menos al gimnasio. Pensamos que si lográbamos quince personas apuntadas habríamos triunfado. Conseguimos diecinueve el primer mes. Al final funcionó el boca a boca. Teníamos una sala pequeña y a los dos meses hubo que ampliarla al doble. La dueña del local dijo “no pasa nada, tiro lo que hay al lago y hacemos obra”. ¡Esperemos que se nos vuelva a quedar pequeño ahora!
“Tengo a gente que cortó la cinta cuando inauguramos la sala hace nueve años”
¿Cuántos alumnos llegaste a tener?
Conforme esto fue avanzando fuimos agregando clases y haciendo más cursos. Hemos llegado a tener una clientela total de más de cien alumnos repartidas en unas seis clases al día. ¡Tengo a gente que cortó la cinta cuando inauguramos la primera sala hace nueve años!
¿Qué perfil tiene tu clientela?
El perfil de la gente es de unos 30 años de edad, hay alguna gente más joven, pero es después de los 30 cuando nos damos cuenta de que el ejercicio físico es indispensable en la vida, cuando nos damos cuenta de que se están cayendo las cosas y hay que ponerlas en su lugar, o cuando ves que no puedes subir cuestas y hay que empezar a trabajar los pulmones. Pero de ahí en adelante, tengo alumnas de ochenta años.
¿Y hombres?
Hemos tenido hombres también, pero se dedica más al pilates y al body balance, a disciplinas más acotadas a la liberación de estrés y a coger fortaleza interior. Estiramientos, espalda. ¡En baile hemos tenido un alumno que era fantástico, pero por horarios ya no puede venir!
¿Lo más exitoso es la zumba?
En estos momentos no. Tenemos ocho plazas por clase, pero la gente en este momento tiene la mira en ponerse en forma y eliminar la patata de la pandemia. Lo único que se vendió demás durante la pandemia fueron las patatas y la cerveza. Tengo más gente en las clases de strong, que es un entrenamiento de intensidad y en circuit, que es tonificación y cardiovascular. En zumba te pones a bailar, chocas con el de al lado y la gente tiene todavía un poco de cosa. Es normal el miedo.
¿Y los pequeños?
¡Los pequeños quieren bailar y jugar y jugar! En esta época sí que hemos tenido que abrir más clases de niños, debido a que no hay actividades extraescolares las madres quieren que sus hijos hagan ejercicio. Una clase de zumba para niños es completamente diferente a una de adultos, la pedagogía para enseñar una coreografía es más divertida y loca. En la zumba kids no les enseñamos solamente el baile, sino de donde proviene, qué hay en ese país. Les abrimos un poquito el mundo.
También tenéis clases de defensa personal.
Tenemos defensa personal policial y defensa personal femenina. Tenemos un instructor federado y una sala con saco de boxeo. La defensa personal femenina está muy bien hacerla para saber reaccionar, trabaja la disciplina y la reacción ante cualquier tipo de enfrentamiento o situación incómoda.
¿Ha aumentado en los últimos años el interés por la defensa personal femenina?
Cuando nosotras empezamos había un grupo bastante grande de gente. En este momento, como es una actividad de contacto, hay que volver a retomarla.
¿Cuánta gente trabajáis en la academia en la actualidad?
En estos momentos somos cuatro personas. Tenemos también clases de Yoga, que las imparte una monitora, Leticia Campos.
¿Hay intrusismo en esta profesión? ¿Pueden darse clases de gimnasia sin formación?
Habrá gente que lo haga, yo no critico a nadie, pero creo que, para manejar el cuerpo, que es con lo que vamos a trabajar toda la vida, uno no puede decir que puede dar una clase solo porque se mueve bien, porque con cualquier movimiento que no sea específico de su disciplina puede llegar a tener un problema de espalda o de articulaciones. Nosotros focalizamos mucho en lo que quiere la persona y cómo está. Si tiene una dolencia me lo tiene que comentar antes, porque si es así hay ejercicios que no le puedo poner o que tengo que poner para tratar esa dolencia. Tienes que tener conocimiento de cómo funciona el cuerpo, la cadena muscular y el sistema circulatorio. Si tú no estudias un poco de anatomía y de fisioterapia… La musculación tiene muchísimo trabajo. Hay que saber y te tiene que gustar saber eso. A mí me apasiona ver cómo un músculo se va formando y que la persona está contenta con eso, porque es lo que pidió.
A veces abres TikTok y parece que todo el mundo sabe bailar.
¡Sí, eso sí! Son coreografías y retos, ¡pero de ahí a que los del TikTok vayan a dar una clase de baile…! ¡Si es así cierro el chiringo y pongo el Tiktok en una pantalla!
¿Tienes TikTok?
Sí, pero no cargo vídeos, cotilleo nada más, no para poner cosas en mi clase.
“Ojalá vuelvan las masterclass y los gritos al aire”
Cuando se podía te gustaba dar eventos al aire libre.
Sí, hemos dado masterclass y colaboramos mucho con los AMPAs en las escuelas y con las ONGs. Hemos dado clases en Carretería y en la Plaza de España. Soy también instructora de ciclo, aquí no doy, pero he colaborado con el club de El Mirador. ¡Ojalá vuelvan las masterclass masivas y los gritos al aire!
¿Lo más complicado de esas clases es la timidez?
¿Qué me están viendo? ¡Si me tengo que tirar del escenario yo me tiro, no tengo problema! Suele venir mucha gente de la convocada porque les gusta, pero siempre aparece alguna alumna que viene con sus tacones solamente a verte para darte apoyo. He dado muchas clases en abierto en las fiestas de los pueblos, como teloneros para animar a la gente. Y en las piscinas hemos dado clases de aquazumba, lo que pasa es que todo eso de momento está parado. Pero la primera vez que me vuelva a poner en un escenario en Carretería…
Fue en noviembre de 2019 cuando os cambiasteis a un local nuevo.
No fue la fecha más acertada, pero era una oportunidad y si te viene hay que aprovecharla. Tuve el apoyo de mi madre y de la familia. Nos dieron la llave el puente de noviembre y estábamos aquí con mi marido y mi cuñado pintando y arreglándolo todo para abrir rápido. Y la gente muy contenta.
“El bajón del confinamiento nos duró un día, al siguiente ya estaba mamá cogiendo la agenda y llamando a la gente para ponerles en un grupo”
Y tres meses después llega una pandemia y te dicen que tienes que echar la llave.
Me quedé aplatanada, muy mal. Yo lo único que hacía al principio era comprar bidones de lejía y decir “aquí no va a entrar el virus”. Limpiábamos todo frenéticamente. Pusimos el cartel y cuando llegamos a casa nos pusimos a pensar en qué hacíamos con la gente que había pagado su cuota. Ahí fue cuando nos pusimos en marcha para poder llegar al televisor de la gente. Armamos grupos por Facebook e Instagram y nos duró un día el bajón, porque al día siguiente ya estaba mamá cogiendo la agenda y llamando a todos para ponerles en un grupo. Nunca hemos parado, queríamos mantener al cliente conforme, que no se sintiera abandonado, que la habían dejado en casa sola. Solamente podíamos ir al supermercado, solo faltaba que nos pusieran la libretilla, como en Cuba. Que no está mal, que fue para cuidarnos y me parece perfecto, era lo que se tenía que hacer. Pero una que tiene un negocio tiene que darle al coco.
Durante el confinamiento salvasteis la actividad a pesar de las dificultades tecnológicas y de espacio de algunos clientes.
Las pesas eran los paquetes de harina, trabajábamos con las cosas que teníamos en casa. Después de la primera quincena abrimos el grupo a toda la gente que se ha apuntado desde hace nueve años para que pudieran hacer actividad en casa. Así me mantenía yo en forma, tenía que entrenar de alguna manera. Yo me los imaginaba en mi cabeza cuando bailaba y hacía tonificación. Ha sido un poco loco y todavía me las sigo imaginando.
¿Te has acostumbrado a la cámara?
Yo soy mona en el escenario, en la sala y en la cámara. ¿Si no me divierto yo, cómo voy a transmitir?
¿Cómo ha sido vuestro día a día en la pandemia?
Abrimos en junio. Líneas por aquí, líneas por allá y desinfectante por todos lados. Las clases son más reducidas y la gente se ha tenido que adaptar a no trabajar con el espejo y mirarme a mí, porque así transmito a la gente que todavía no se anima a tener contacto. Seguimos dando clases por Internet para intentar llegar a todo el mundo. La clientela ha bajado un sesenta o setenta por ciento de lo que teníamos: Es mucho, pero como dice el cartel (señala un dibujo infantil que hay en la sala) todo saldrá bien.
¿Con ganas de dar clases sin mascarilla?
Yo tengo ganas de colgar la cámara y plegar el trípode, que la academia vuelta a estar llena y con actividad. La gente entiende lo que ha pasado y se agradece, me piden que no cerremos, que lo necesitan. Tengo clientes muy fieles y esto es un negocio familiar, donde se trata a la gente como si fueran nuestra familia. Conocemos a cada uno y sabemos lo que le pasa. Eso es lo bonito, no es impersonal, hay mucho contacto
¿Quieres añadir algo?
¡Animaros a venir al gimnasio, no me obliguéis a poner un grifo!