La íntima dimensión, Detrás de cada noche y Cuenca roca viva son algunos títulos de la obra poética de Acacia Uceta, poeta conquense por adopción, vio la luz en mayo de 1925 en Madrid. Y la ciudad de Cuenca la acompañó toda su vida literaria hasta significarse en una de las autoras españolas de mayor sensibilidad para extrapolar en verbo poético el equilibrio y la asimetría de la luz de Cuenca. Su discurso de ingreso a la Real Academia Conquense de Artes y Letras fue en noviembre de 1987, y trató justamente sobre esas dimensiones íntimas que no se pueden entender, solamente sentir detrás de cada página, donde Cuenca frente al espejo de la mirada de la autora sobresale y levita para eternizarse como imaginario literario y esencial de una ciudad “múltiple en sí misma”.
Ante la nueva edición de la Feria del Libro de Cuenca resulta imprescindible recordar a Acacia Uceta. Hay libros suyos que son una reliquia, por la calidad de la obra y por la trascendencia de la edición en colecciones míticas como la de Los pliegos del Hocino que en 1983 publicó El toro de barro. Hacerse con un libro de Acacia Uceta es una tarea de coleccionistas, si bien la editorial madrileña Vitrubio publicó sus obras completas en 2014, en excelente edición prologada por Jesús Hilario Tundidor, quien ya advierte desde las primeras líneas la pertinencia de considerar a Acacia Uceta como una autora de especial interés para comprender la generación y la literatura española que le tocó vivir. Su voz dialogante, de tono existencial, aviva la llama de una lírica volcada en el cifrado de la temporalidad, en la transferencia poética de un latido que hace suyo el memorial de la vida y de la ciudad en un mismo compás, Acacia Uceta celebra en sus poemas la vivencia y la cartografía de Cuenca vista como mundo, universalizada.
Fue habitante de tertulias en el Madrid de la posguerra y su primer libro apareció en 1961, “El corro de las horas”. De ahí en adelante gracias al apoyo de la Fundación March para su segundo poemario, “Detrás de cada noche”, y del propio Ministerio de Cultura que otorgó una beca de creación literaria para su libro “Íntima dimensión” en 1981, la obra literaria de Acacia Uceta se consolida como un espectro de ecos que reavivan la piedra y el río de una ciudad que “brilla para el asombro”, sea de noche o de día, porque la luz de Cuenca es de “contraluz incesante” ya que nunca se entrega del todo y su verdad siempre acaba intacta.
De este modo define la autora la fantasía de las volumetrías visitadas en sus excursiones por Cuenca, a través de su Discurso de la Real Academia Conquense, conectando el misterio y la perplejidad de la ciudad con otros parajes como Machu-Pichu o el Tibet, si bien “Cuenca no conoce más razón que la de ser ella misma”. Por todo esto, su poesía es un revival maravillante que evoca lo indecible, transmitiendo la belleza de la rosa que no se toca, la nube matriz de una metafísica del tiempo que adquiere rango de patrimonio poético en la literatura de una mujer que habitó su tiempo de vida a través de la luz y de la sombra de Cuenca, elementos constitutivos de un universo intangible hecho poesía y vivencia, pureza de la amistad.
Acacia Uceta fue compañera de Enrique Domínguez Millán, escritor y periodista, sus vidas forman parte de la constelación de la cultura conquense y ella misma participó en la fundación de la Asociación de Escritores de Castilla-La Mancha, además de otras actividades como su vínculo con el Ateneo de Madrid. Se hacen dos horas entre Cuenca y la capital española por carretera, a través de los libros de Acacia Uceta la dimensión universal de Cuenca logra su máxima expresión lírica, no hay camino de retorno en el diálogo con la belleza de sus parajes desde que ella, la voz de quien escribe, eternizó la posibilidad de un abrazo fuera del tiempo a la ciudad. Inmensidad y cercanía, toda la libertad del vuelo.
EL canario esta un poco perdido