Fitur

La primera exposición que logró que los madrileños miraran hacia Cuenca

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Hace cien años no había Fitur, pero Cuenca ya intentaba promocionar en Madrid sus encantos turísticos. En enero de 1921 el Ateneo se convirtió en el escenario de la primera gran muestra promocional de esta provincia, una exposición de pinturas y fotografías para poner a los madrileños mirando hacia sus vecinos conquenses.

La idea de mostrar en la capital del reino la riqueza patrimonial y paisajística de Cuenca había comenzado a gestarse a lo largo del año 1920. El impulsor de la iniciativa fue el doctor Mariano López Fontana, que inició las gestiones para la organización de esta muestra, prevista  para el otoño de aquel año. Para recabar materiales se realizaron llamamientos a través de la prensa para que la gente aportara sus cuadros, esculturas y fotografías de Cuenca y provincia. Los organizadores invitaban a llevar todos esos objetos a casa del propio Fontana o a la redacción de El Día de Cuenca. “Este acontecimiento debe ser el principio de nuestra cruzada, la conquista de Madrid para el turismo dominguero”, proclamaba en este mismo periódico Juan Giménez de Aguilar,  que ejercía de cronista de la ciudad y  llevaba ya un tiempo reclamando la publicación de una guía ilustrada de Cuenca para impulsar la promoción turística de esta tierra.

Se formó un comité organizador de una Exposición de Cosas de Cuenca, al que se sumaron, además de López Fontana y Giménez de Aguilar, otras personalidades como el Conde de la Ventosa, José María Álvarez de Toledo, uno de los fotógrafos españoles más conocidos de la época; el crítico de arte y director del Ateneo, Ángel Vegue y el pedagogo Rodolfo Llopis, que ejercería de guía para los visitantes extranjeros que pasaron por el Ateneo.

Al final el proyecto tuvo que postergarse hasta enero  de 1921 y debido al coste económico y las dificultades que había en aquella época para el traslado de materiales, la muestra se limitó finalmente a pinturas y fotografías. La inauguración de la Exposición de Asuntos Regionales de Cuenca tuvo lugar el 19 de enero, contó con la asistencia del ministro de Instrucción Pública y fue portada del Diario ABC, aunque este medio apenas dedicó unas líneas al acto en las páginas interiores. Más generosa fue la reseña que apareció en el diario ‘La Acción’, que aplaudió esta “gallarda reivindicación” de la provincia para responder a aquellos que en la época se preguntaban si Cuenca existe:

“Las gentes empiezan a enterarse de que Cuenca, no solamente existe, sino que es, además, una provincia industriosa, una provincia meritísima, donde los hombres. laboran y el espíritu se siente henchido de anhelos de progreso. Para algunos esto ha sido una sorpresa; más aún, una decepción, la ruina de una leyenda. La realidad ha impuesto su evidencia. Cuenca ha dejado en ridículo a sus risueños detractores”.

La exposición permaneció varios días en el Ateneo madrileño. Entre la colección destacaban las 41 fotografías cedidas por el Conde de la Ventosa, sobre todo un tríptico que mostraba a dos serranos y  las Casas Colgadas. También llamaron mucho la atención las instantáneas de la Catedral y de la Ciudad Encantada de Teruel Redondo y las pinturas de Beruete director del Museo del Prado, y las de Francés y Virgilio Vera. La mayoría de los visitantes vieron por primera ver los rincones más bellos de la ciudad de Cuenca  y también de poblaciones como Huete, Uña, Carboneras… La muestra se complementó con proyecciones de diapositivas conquenses y con dos conferencias: una sobre Artes Industriales impartida por Giménez de Aguilar y otra sobre la Catedral y el paisaje de Cuenca, a cargo de Vicente Lampérez.

En El Día de Cuenca criticaron al Ayuntamiento  y a la Diputación por el “poco calor que han puesto en este asunto”, mientras que en la prensa se insistía en el éxito de una exposición que había sido una dosis de autoestima para esta tierra. “Yo no soy conquense, ni necesito serlo para sentirme emocionado y satisfecho ante esta espontánea y sincera reivindicación de Cuenca”, manifestó un Rodolfo Llopis que animaba a la ciudad a seguir el camino que se había abierto con esta iniciativa.

En otro artículo de El Día de Cuenca el escritor Pablo Sierra alertaba del riesgo de que “la ambición de algunos explotadores y la incultura de los que llevan entre manos las cosas oficiales” terminara destruyendo “cuanto bello queda en Cuenca”. Criticaba este autor las talas de árboles y proyectos urbanísticos que hacían peligrar algunos de los paisajes más pintorescos de la ciudad conquense y se temía que esta ciudad arcaica “se transformara en otra ramplona y cursi, engendro híbrido que ahuyentará de su vista a las gentes de buen gusto”.
Como alternativa, este escritor abogaba porque Cuenca reivindicara su pasado para convertirlo en su fuente de ingresos:

“Cuenca no ha de buscar para sí las reformas modernas que no le cuadran de modo alguno. Cuenca es una ciudad que ha de vivir del pasado, de su arte, de sus perspectivas incomparables, de los encantos que le dio la Naturaleza ¿De qué viven Toledo, Segovia, Nuremberg, Francfort…?”

Al final Cuenca, por un lado por iniciativa propia y por otro porque tampoco le quedó más remedio, terminaría apostando por el turismo como motor económico.





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