Fundada en la década de los 7o, la galería de arte canaria representó uno de los referentes culturales del arte contemporáneo
Cuenca tiene en su haber uno de los patrimonios de la modernidad en España. La pervivencia del impacto social de su museo abstracto y de la atmósfera cultural que ha girado en torno a sus museos ha prevalecido como una seña de identidad singular y de enorme reconocimiento. Una prueba más de ello puede encontrarse en la significación de la galería de arte que en Canarias marcó uno de los hitos de la pintura contemporánea. La “Sala Conca”, se fundó en la ciudad de La Laguna, Tenerife, en los años 70, ubicada en la Plaza de la Concepción que a día de hoy es uno de los enclaves más bellos de la ciudad Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, inició su andadura a caballo entre la ola de reivindicaciones por la libertad, en el final de la dictadura, y en el auge de las nuevas expresiones pictóricas que se estaban generando en el ámbito insular. Como la galería Juana Mordó en Madrid, la sala de arte canaria configuró el escenario de visibilidad y de promoción de buena parte de los artistas del momento.
Hace unos días, iniciado el año 2022, el Cabildo de Tenerife, por medio del museo Tenerife Espacio de las Artes, TEA, hizo público la adquisición de los fondos documentales y bibliográficos de la Sala Conca, un espacio que tras medio siglo de existencia ha quedado en un limbo. Su fundador, Gonzalo Díaz, se encuentra actualmente en un retiro por enfermedad, y buena parte de su pinacoteca permanece a la espera de que pueda garantizarse su preservación. La inversión ha sido de 40.000 euros y en el inventario preliminar se han hecho públicos la existencia de 2.507 catálogos, 369 libros, 871 revistas, 281 ediciones independientes de la propia Sala, 250 archivadores, la colección original de los míticos carteles de la sala de arte, así como de muchos otros encuentros y exposiciones, 3.627 diapositivas de muestras y artistas, en 46 cajas, además de vídeos VHS, casetes y DVD de entrevistas y exposiciones, junto al colofón de 6.800 fotografías.
El nombre de la Sala Conca se inspiró en Cuenca, su fundador quiso homenajear a la ciudad de Cuenca, la efervescencia cultural y artística del museo abstracto de las Casas Colgadas estaba en apogeo, las vanguardias volvían a recobrar la frescura y el aliento, Cuenca representó desde entonces uno de los referentes singulares del arte español y su impronta dejó huella en la galería de arte canaria.
Con más de diez mil archivos, carteles pioneros del momento, catálogos y obra gráfica, la Sala Conca fundada en la primavera de 1971, recibió un homenaje en 2013 de la mano del Ayuntamiento conquense, a través de la Concejalía de Cultura, cuya titular Consuelo García asistió en su día al evento de reconocimiento y realizó la entrega presencial de una placa conmemorativa en manos de su fundador, Gonzalo Díaz. En el futuro inmediato, tras la adquisición de los fondos y archivos de la Sala Conca por parte de la institución cultural de Tenerife, sería una oportunidad inigualable que Cuenca aspire a ser la primera ciudad de ámbito nacional en mostrar una exposición retrospectiva de esta galería de arte radicada en Canarias, y cuyo depósito de obras y documentos de trascendencia haría las delicias de investigadores, amantes del arte contemporáneo y del coleccionismo.
Hay verdaderos tesoros en la Sala Conca, yo recuerdo especialmente un diario de viajes ilustrado con dibujos de Fernando Bellver por varios lugares del mundo, una colección inigualable de San Sebastianes internacionales, obras originales de Alfredo Sosabravo, Andrés Rábago o de Chema Madoz, Luis Mayo, ecos de Antonio Saura, de Millares, de todos los artistas canarios de la Generación del 70, un poemario de Arturo Maccanti, Premio Canarias de Literatura, que era vecino de la Sala Conca. Allí hice una lectura de poemas titulada “La isla que habita en los cuadros” en enero de 2013, poco antes de llegar Cuenca y comenzar la serie de escritura poética dedicada a la abstracción con libros como “Las geografías circundantes”, “Jardín seco” o “Pintura número 100”, tal vez nunca hubieran existido estos libros sin la galería de arte, y mucho menos sin Cuenca.