El Domingo de Ramos siempre es una procesión de gloria, pero este año tiene además sabor a reconquista, de retorno a Ítaca tras una travesía en la que ha quedado mucha gente en el camino. Por eso el Hosanna que se ha entonado este domingo es de un júbilo compartido entre la entrada triunfal de Jesús en la Jerusalén castellana y la salida al final del túnel que durante dos años ha encharcado nuestro espíritu y, en los peores casos, los pulmones. La Semana Santa de Cuenca recuperó la calle secuestrada por un virus invasor que se ha cobrado muchas vidas, pero no ha logrado arrebatarle la identidad. Más de mil días después, Cuenca vuelve a ser territorio nazareno y lo celebró en familia y con palmas al viento.
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Mucha expectación en San Andrés para presenciar el histórico retorno de las procesiones a la calle. Los rostros eran de felicidad y alivio a las puertas del templo. A las 9:33 se llamaba a las puertas del templo para advertir a los banceros que había llegado el momento. La Borriquilla de Marco Pérez saltó a San Andrés, trotona, pisando los adoquines de la plaza con la misma fascinación que un niño pisa por primera vez la arena de la playa. A continuación salió la virgen de la Esperanza de Ladrón de Guevara, con su manto malva y su cuna de flores violetas y amarillas, mecida por sus banceros sobre la geometría insolente de la plaza. Nada más verse, las imágenes del Hijo y La Madre bailaron juntas para celebrar su reencuentro. Todo lo que fue proscrito hace dos años vuelve a la vida cotidiana.
Con los pasos en la calle se formó el cortejo procesional, encabezado por la cruz de guía y la banda de la Junta de Cofradías. Los de las cornetas y tambores avanzaban por el salvador dejando por el camino un rastro de notas musicales para que la Borriquilla avanzara por el barrio del Salvador. Los banceros disfrutaron disfrutaron al volver a sentir la carga de su fe sobre su hombro. Cuentan que algunos de ellos, durante las dos últimas Semanas Santas sin procesiones, percibían el peso de la imágenes sin sacarlas, como si fueran un miembro fantasma de su cuerpo. La Banda Municipal de Cuenca acompañó a la Virgen en un alegres descenso hasta la puerta de Valencia. Mucho público en las Concepcionistas, donde se guardó un respetuoso silencio en el momento en el que el río Huécar y la Escolanía de Cuenca unieron sus voces para cantar a las imágenes.
Desfiló la comitiva por la calle Las Torres y aumentaba el público a medida que la cabecera se acercaba a la Diputación. Es el Domingo de Ramos un día que se disfruta en familia y para la que los conquenses visten sus mejores galas, aunque la mascarilla sigue presente en el outfit de la procesión. Animados por el ambiente, las imágenes volvieron a bailar frente al Palacio Provincial. A su paso por la Plaza de la Hispanidad, las dos imágenes se juntaron para girarse a modo de homenaje a su camarera, fallecida hace unos pocos días. Son tantas las despedidas que hemos sufrido estos dos años que el dolor está marcado prácticamente en cada esquina del recorrido procesional. Por eso esta Semana Santa es la más esperada, pero también la más difícil.
Tras su paso por Carretería y Calderón de la Barca, entre aceras repletas y balcones con reposteros que lucen lazos de luto, la procesión comenzó su ascenso con la marcha Tulipas del Cielo, nueva composición de Pepe Mencías dedicada a los fallecidos en la pandemia; un himno que sonará cada vez que las procesiones pasen por el monumento al nazareno. Los banceros mantuvieron un ritmo ágil en la subida por Palafox y San Juan, porque el cansancio se diluye cuando se mezcla con la pasión. En ese momento os nazarenos se transforman en glóbulos rojos que transportan oxígeno a las calles del Casco Antiguo. Rebosan de vida unas calles que hace dos años estaban desiertas y hasta las fachadas de las casas se ruborizan, como mejillas de adolescente, al volver a ver a toda esta gente que tanto quiere.
Una multitud recibió a las imágenes en San Felipe Neri agitando los ramos para saludar al nazareno que asendía por Alfonso VIII a lomos de un esforzado pollino. La Madre, siempre vigilante, le guardaba las espaldas, aunque también se dejaba llevar por el entusiasta recibimiento de los conquenses. Las palmas rompían el aire, liberadas, y subían muy alto para intentar hacer cosquillas cariñosas a los que observan la procesión desde lo alto. El obispo de Cuenca bendijo desde las escaleras de la iglesia a todos los presentes y, en la misma línea que hizo Antonio Pelayo en su pregón, les pidió mantener la fe en el centro de este acontecimiento.
La celebración de esta reconquista de la Semana Santa de Cuenca culminó en una Plaza Mayor rebosante de gente. Entre la marea se abrió un pasillo para el cortejo, recibido con ramos y olivos al viento. La Borriquilla cruza con entusiasmo los arcos del Ayuntamiento al son de Mesopotamia y una lluvia de pétalos baña la entrada de la Virgen de la Esperanza. Los banceros se empaparon del alborozo de la masa que les recibía antes de que la procesión llegara a su destino, la Catedral de Cuenca, que en esta ciudad es símbolo de fe, pero también de Reconquista. Jesús Nazareno cruzó por su puerta al ritmo del himno nacional y la Virgen hizo lo propio con la Marcha de Infantes.
Conseguido. No hay mejor manera de poner fin a dos años de distanciamiento social que una multitud unida bajo un mismo sentimiento. Ahora sí, hemos vuelto.