Cuenca es una ciudad en bancarrota, cabecera de una provincia en severa despoblación.
Esta es la realidad, y eludirla no es mas que escapismo de avestruz.
Es esta la triste sensación que saqué del debate del estado del municipio acaecido en nuestro Ayuntamiento.
La primera bancarrota es la literal, la del presupuesto público, el nuestro está intervenido. Por contraer una deuda que no podíamos pagar, y que habría llevado a la quiebra a cualquier empresa, se nos prestó mas dinero a cambio de perder la autonomía en las decisiones de gasto e inversión.
Que no vinieran “hombres de negro” no significa que no estén en sus despachos del ministerio, controlando online lo que hacemos con el presupuesto.
Otra bancarrota es la del equipamiento físico, la ciudad, y esto es literal, se está rompiendo.
Otra bancarrota es la de proyectos de futuro. No es que falten proyectos, se han hecho y pagado, pero no ejecutado, con el resultado de que la ciudad lleva paralizada y sin avanzar cuando menos en los últimos 20 años.
Otra bancarrota es la de nuestros dirigentes. Abandonados estamos por las autoridades nacionales, y no digamos regionales. Será que nos dan por perdidos.
No quiero entrar en la valoración de las autoridades locales, que cada uno haga la suya, y ya anticipo que va a ser el tema central de la próxima cita con las urnas, ¿Quién es responsable de este estado de cosas? Si diré en cualquier caso que los dirigentes locales se limitan a seguir lo que deciden los nacionales y regionales, algo lógico por otra parte a tenor de las férreas estructuras de los partidos políticos en nuestro país.
Y para el final, la peor bancarrota de todas. La moral, la de los conquenses, que me temo son mayoría, que dan por perdida a Cuenca. Alguien lo expresó en un grafiti anónimo, “Cuenca sola en el olvido”.
Todas las bancarrotas se pueden superar menos la moral, la de brazos caídos, la de quien ninguna batalla puede ganar porque las da todas por perdidas de antemano.