Las visitas de Manu Chao a Cuenca no son conciertos, son acontecimientos. En esta ocasión unos cuantos conquenses completaron un triplete: estuvieron en el 95 en el polígono Cuberg, en el 2003 en la Sala Babylon y este 2023 en el Ágora de la UCLM. Tres citas memorables con un músico de leyenda con el que esta ciudad tiene una conexión especial, aunque pasen décadas entre cada reencuentro.
Este concierto tenía precisamente un sabor a reunión. Allí estaba la gente de la Babylon, una generación marcada por la música que se escuchaba en la sala marcada por la Mano Negra; los mismos amigos de barra y pista que llevan más de veinte años manteniendo viva la música en directo en la ciudad de Cuenca. Tan importante fue la actuación como este cónclave de almas babyloneras que, a pesar de que el tiempo no pasa en balde, demostraron estar relativamente en forma cuanto llegó la hora del baile salvaje en el Ágora.
La música de DJ Peluka y DJ Greenfunk sirvió para calentar el ambiente del recinto universitario en las horas previas al inicio del concierto. Pocos minutos después de las nueve de la noche apareció en el escenario Manu Chao, escoltado por Lucky Salvadori y Miguel Rumbao. Dos guitarras, un cajón y alguna base en el teléfono móvil, las mismas herramientas que usan los músicos ambulantes que pasan la gorra en un paseo marítimo. Con ese espíritu de artista callejero construye Manu Chao una propuesta universal que abre los mares para que la gente pueda bailar en una pasarela que une continentes. Son solo tres instrumentos, pero cuando se desbocaban parecían una orquesta.
Durante dos horas y media Manu Chao introdujo a los conquenses en una rumba infinita irresistible incluso para los pies más torpes. El hispanofrancés entraba y salía de las canciones como el que se pierde adrede por las callejuelas de una ciudad histórica. De vez en cuando los músicos apretaban el ritmo y era imposible ver las manos de Rumbao cuando imprimía velocidad en la percusión. En esos momentos florecían los pogos en las primeras filas de la pista y las mareas de gente caldeaban todavía más la calurosa noche conquense
Imposible contabilizar cuántas canciones sonaron en el concierto. Quizás fueron cien, o quizás una sola, como si fuera una Ópera Rock con varios fragmentos cosidos con los acordes de Mala Vida y el “Lolololo” del estribillo de Pinoccio. El rumbero universal no daba respiro para pensar en la estructura del espectáculo. Solo importaba que la fiesta no parara y era tan frenética que, transcurridas las dos horas, cuando Chao preguntaba a Cuenca si quería más, algunos dudaban de qué responder porque ya estaban con la lengua fuera de tanto.
Sobre las once y media de la noche, acordándose de su padrino Antonio Pérez y de la gente del Babylon que ha propiciado este espectáculo en colaboración con la UCLM, Manu Chao puso fin al memorable concierto al que solo se le puede poner la pega de que fuera un domingo. No hay mayor peligro para la productividad laboral que una juerga rumbera, pero a la vez no hay nada mejor para la productividad vital, que es bastante más importante. Ahora toca esperar que no pasen otros veinte años para que Chao vuelva a Cuenca, porque este ciudadano del mundo siempre será recibido por todo lo grande en este puerto.
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