Opinión

A mi admirado Antonio Pérez

Fernando Casas

Cuenca sin Antonio Pérez no es la misma. Te cruzabas con él cuando atravesaba la plaza mayor para comprar el periódico y tomar un café. Lo encontrabas en las librerías charlando con la gente, mientras hojeaba las novedades y recogía sus encargos de libros. 

Podías coincidir con él en el Convento de las Carmelitas, sede del museo y Fundación que desde hace veinticinco años expone su asombrosa colección de pinturas y de objetos reinventados. En ocasiones, te acompañaba feliz por las salas, para conocer tu reacción ante las últimas obras instaladas. 

Su espíritu alegre y abierto a las novedades, le llevaba a adoptar cualquier iniciativa: por ejemplo, inaugurar exposiciones con música en directo interpretada por grupos noveles de jóvenes estudiantes de Cuenca.

Cuando se le llamaba acudía a la facultad de Bellas Artes o a Cruz Novillo para contemplar las exposiciones que organizaban estudiantes o docentes. No tenía el menor afán de protagonismo y si era invitado asistía, como público o conferenciante, a las charlas organizadas en el campus de la Universidad o cualquier otra institución de la ciudad.  

Su implicación con la Universidad fue máxima, especialmente con la Facultad de Bellas Artes que propuso su nombramiento como Doctor honoris causa. Era tanta la generosidad de Antonio que si un centro -como Trabajo Social- le pedía que participara en el jurado de un concurso de expresión artística sobre los Derechos Humanos y el Arte, lo hacía encantado. 

Era muy divertido comer y hacer una larga sobremesa con Antonio. En la comida bebía un vino tinto de la Manchuela (de Syrah y garnacha) y solía hacer una menina con la cápsula plateada de la botella. Después de poner sus iniciales con bolígrafo, te regalaba su obra. 

A veces, entre sus viajes y mi trabajo el tiempo pasaba y no nos veíamos. Sin embargo, nunca perdíamos la comunicación. Si quería verle por algún motivo o, simplemente, para saludarle o intercambiar noticias, lo encontraba en su rincón del Jovi tomando el gin-tonic.  

Pero todo esto que cuento, desdichadamente, se ha esfumado. Una consecuencia de la pandemia ha sido que personas como Antonio, han decidido alejarse de nosotros y coleccionar silencios. No tienen interés por lo que pasa y no pasean por las calles de la ciudad. Así que hoy, por la plaza mayor, el Convento de las Carmelitas, las librerías, la Universidad y el Jovi no nos vamos a encontrar a Antonio Pérez. Y por eso, Cuenca no es la misma. 

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