Unas ruinas romanas, un poema de Jaime Gil de Biedma y un cielo cubierto de estrellas. Si el mundo se detuviera muchos elegiríamos que esta fuera nuestra última parada. No hace falta mucho más para tener la escena final perfecta, si acaso que nuestro compañero o compañera de reparto sea la persona adecuada. En una cálida noche de julio, Loquillo llevó Segóbriga una brisa de rock y versos con la potencia suficiente como para erizar la piel. Para ello rescató de su fondo de armario canciones de belleza inconmensurable que esperaban en su percha el momento adecuado para lucir su elegancia. Así fue como la poesía se levantó sobre los restos de un imperio.
Como era de esperar, el repertorio de este concierto del tour ‘30 años de transgresiones’ disgustó a una parte del público que se desplazó a Segóbriga. Lo cierto es que uno no puede ir a comer a un restaurante vegetariano y luego montar en cólera porque en la carta no le ofrecen un imbatible chuletón al punto. Loquillo comenzó esta gira en abril y desde el primer momento se informó de que iban a interpretar canciones de sus discos poéticos. En esta santa casa también se avisó en la previa de que iba a ser un concierto con café para muy cafeteros, diferente al que había ofrecido en otras visitas a Cuenca. La carretera estaba debidamente señalizada y, en este caso, iba por el camino menos frecuentado, el que hubiera elegido Robert Frost.
¿Qué necesidad tiene el Loco de hacer a estas alturas de carrera un concierto sin el Cadillac? Ninguna, más allá del convencimiento de que crecemos solamente en la osadía, como dice la letra de Transgresiones, poema de Benedetti que forma parte del setlist lírico que el rockero del Clot desgranó en Segóbriga. El Loco predica que La vida es de los que arriesgan y lo hace dando ejemplo en el escenario.
Mientras una parte del público se cerró en banda y decidió no respirar como protesta porque no iba a escuchar Feo, fuerte y formal, el resto se emborrachó de versos de Pavese, Luis Alberto de Cuenca, Jacques Brel, Brassens…Poesía contemporánea europea vestida de negro en la cálida noche de julio, con alma rockera, pero domada por los instrumentos de cuerda que contenían posibles excesos y con letras que se cantan hacia adentro.
Loquillo comenzó en Segóbriga con La vida que yo veo, la ya citada Transgresiones y De amictia, un canto a la amistad escrito por Julio Martínez Mesanza. Más adelante vinieron canciones como Brillar y brillar, la extraordinaria obra de Gabriel Sopera con la que “comenzó todo”, según reveló el rocker barcelonés, y varias piezas de La vida por delante, su primera incursión poética, con la que ya levantó polvareda en su momento.
Hubo también un bloque para Mujeres en pie de guerra, banda sonora de la película de Susana Koska que incluyó De tripas corazón, de Luis Eduardo Aute y la escalofriante Antes de la lluvia, que nos traslada a un escenario previo a la tragedia:
Y la peor palabra es la que no
La que no se dice
Pactar con el silencio
Cuando debemos gritar
Nos hace cobardes
Afuera ya está lloviendo
Otro bloque de canciones estuvo compuesto por las piezas que forman parte de Su nombre era el de todas las mujeres, el disco que Loquillo dedica a Luis Alberto de Cuenca, como la popular Political Incorrectness o El encuentro, un cruce aparentemente casual entre un hombre y una mujer que termina convirtiéndose en “algo tan esperpéntico y absurdo que se parecía a la vida”.
Sonaron en Segóbriga temas de Diario de una tregua y algunas canciones más habituales del repertorio de Loquillo, como El hombre de negro y La mala reputación, durante una actuación en la que el cantante se apoyó con asiduidad en Josu García para que le ayudara a llevar el timón. A cambio, su socio se quedó con algunos de los mejores guitarrazos de la noche en temas como Con elegancia y Rusty, el tema más desmelenado del setlist, para regocijo de un Igor Paskual tan disfrutón como de costumbre.
El concierto terminó con luces bajas para que un manto de estrellas diera abrigo a Loquillo durante la interpretación en Segóbriga de Voluntad de bien, una canción con vocación de canto de cisne que nos asomó, desde las ruinas del imperio, a un horizonte desde el que atisbamos que algo se acaba.
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