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La realidad de la exclusión social en Cuenca, más allá de las estadísticas

Nuestra casa es ese lugar seguro al que acudimos, donde nos resguardamos cuando algo va mal. Lo habitual es tener ese hogar, ese sitio seguro en el que poder estar. Por un momento, si estás leyendo esto, imagínate no tener dónde volver cuando has tenido un mal día en el trabajo o has discutido con alguien importante. No tener ni siquiera lo mínimo necesario.

Los últimos datos de Hogar Sí reflejan que aproximadamente 37.000 personas están en situación de calle en toda España. ¿La realidad? Estos datos solo hacen referencia a las personas que han sido en algún momento atendidas en centros asistenciales.

En Cuenca se calcula que unas 20 personas duermen en la calle, sin contar a todos aquellos que sí acuden diariamente al albergue o al centro residencial; en este último, hablamos de casi 600 personas.

Para poder aproximarnos a esta realidad, Maria del Mar Resusta, responsable del Área de Inclusión Social de Cáritas, da voz a las necesidades y preocupaciones que tienen todas estas personas, quienes muchas veces se convierten en los grandes olvidados.

En el Centro Residencial de Cáritas Cuenca pueden permanecer hasta 18 meses, dependiendo de cómo lleven su plan de intervención. Aunque a muchos de ellos se les complica por dos cuestiones: el trabajo y la vivienda. Tal y como explica Resusta: “los alquileres han subido tanto que muchas personas no pueden pagar 600 euros si ganan el salario mínimo, y muchos no llegan ni a esa cantidad. Si a cualquier persona con un trabajo estable le resulta difícil, para alguien que acaba de salir de una situación de exclusión social es todo un mundo”.

Maite: “rendirse no es una opción”

Maite que lleva ya un año en el centro acepta hablar para el periódico. Cuenta que llegó de Guinea Ecuatorial a Málaga para estudiar en la universidad Administración y Gestión Pública. En ese momento, para conseguir el NIE de estudiante necesitaba disponer de una cuenta bancaria de unos 6000 euros, algo inalcanzable incluso para un español promedio. Aun así, no paró de formarse y consiguió realizar una formación profesional de administración y finanzas en Ciudad Real.

Llegó a finales de 2022 a Cuenca y, tras meses viviendo en sus calles, una persona que ya estaba en el centro se preocupó por ella y entró en el albergue. Ahora busca que le den una oportunidad y empezar a trabajar en la hostelería o incluso de secretaria. Asegura que ya ha repartido muchos currículums y no pierde la esperanza de conseguirlo pronto.

Es una mujer, que pese a todas las dificultades está activa y mantiene un sueño: tener su propio restaurante.

Un proceso lleno de muchos pasos

Así, Resusta revela que existe un componente diferencial entre los migrantes y las personas de origen español. Afirma que “las personas de origen español presentan un abanico de muchos problemas” y generalmente son más mayores, aunque ha habido un leve repunte en los jóvenes en los últimos años. En el caso de los migrantes, son más jóvenes.

Para salir de esa situación, deben acudir primero al albergue o centro de urgencia y, posteriormente, son derivados al centro residencial. Todo a través de un proceso que lleva meses, incluso años y mucho trabajo de voluntarios y trabajadores. En primera instancia Resusta cuenta que empiezan con la parte de “recuperación personal”, en la que toca adaptarse, cumplir normas y hablar con los técnicos.

La perspectiva del migrante en situación de calle

Resusta explica que “cada vez es más habitual este perfil y el estigma al que tienen que enfrentarse”. Tras tener que dejar a su familia en su país de origen, tienen que a venir a un sitio que no conocen, en el que “piensan que van a encontrar una situación estable y literalmente se encuentran con la nada”.

Resusta considera que la perspectiva de que las personas vienen aquí porque quieren es muy banal. Reivindica que lo que nos falta es sensibilización. Matiza que es diferente a la solidaridad, “porque somos muy solidarios, abrimos una campaña y la gente colabora, pero falta sensibilizarnos”.

Se pregunta por qué nadie ondeó banderas cuando las familias de Ucrania fueron acogidas tras una situación dramática, en cambio, todos han podido ver las escenas de protestas tras la llegada de migrantes. “¿Qué diferencia hay? (pregunta) El color y la raza”.

Muchas veces podemos ver que llegan con teléfonos o que, con el tiempo, adquieren algunos útiles tecnológicos, pero “generalmente lo que traen es algo que aquí está pasado de moda y sin señal”.

Saber que sí se puede, se consigue salir

Hay muchas historias que, por desgracia, no tienen un nombre. Pero si merecen ser contadas. Esta es una de ellas.

Juan (nombre ficticio) vivió durante muchos años en situación de calle en Cuenca. Gracias al proyecto Calle con Corazón, semana a semana consiguieron acercarse a él. En un principio iba al albergue y decía que para él era como una cárcel por las rejas que hay en algunas ventanas. Cuando pasó al centro residencial, la transición fue difícil. Hay que tener en cuenta que, siendo adulto, es complicado que te obliguen a cumplir normas, horarios y tareas domésticas.

Incluso tuvieron que hacerle una hoja con dibujos para que supiera qué botones tocar y poder poner una lavadora.

Juan vivió en la calle de forma muy dura durante muchos años. Con el tiempo, todos, e incluso él mismo, se dieron cuenta de cuánto había cambiado. Bromeaban con lo mucho que había engordado y él decía que eso “era contraproducente para su salud”.

Pasó por todos los talleres, mejorando tanto su aspecto como su bienestar interior. Las últimas noticias que tienen de él son que está trabajando como pintor, algo que siempre le había gustado.

Más allá de lo económico

Resusta afirma que “pensar que las personas que están en la calle están ahí porque quieren es una banalidad, es porque en su vida han tenido problemas y no han sabido encauzarlos ni pedir la ayuda necesaria”.

Además, cuenta que “hay un momento, en el que se convierten invisibles para la sociedad, como un mobiliario urbano, una papelera, un banco donde se sientan o duermen”. Es una de las cosas que en su proceso de recuperación tienen que sanar.

Pide que a veces con invitarles a un café o tomando algo con ellos y hablar con ellos es mil veces mejor que dándoles unas monedas. “No se comen a nadie, no cuesta nada conocer sus nombres, saludarlos”.

Fotografías: Cáritas Diocesana de Cuenca.

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