Opinión

Si yo fuera Antonio Pérez, viviría como él

La marcha de Antonio Pérez cierra prácticamente una era para la ciudad de Cuenca que comenzó con la llegada de Fernando Zóbel y se ha sostenido con mayor o menor intensidad hasta este 2024, fecha del centenario del filipino que ahora queda también marcada por el fallecimiento del coleccionista nacido en Sigüenza y ahijado esta tierra que le ha acogido durante medio siglo.

Afortunadamente, todavía quedan protagonistas de esta época en la que la pequeña Cuenca ha podido colar algunos párrafos en los libros de historia del arte, donde gobiernan los museos de las grandes urbes mundiales. Gustavo Torner fue la llave y es de justicia que sea él quien cierre la puerta al salir. Sin embargo, Pérez fue quien dio continuidad a la labor de dinamización cultural que caracterizó a Fernando Zóbel y no es casualidad que ambas figuras se están revalorizando con el paso de los años no solamente entre los conquenses, sino fuera de nuestras fronteras.

Así, Zóbel es un artista cada vez más cotizado, sobre todo desde su exitosa exposición en el Museo del Prado de Madrid; mientras que el Museo de Arte Abstracto Español también ha aumentado su proyección nacional e internacional con un monográfico en la sede de la Fundación March y los viajes por Europa y Estados Unidos de su obra durante las obras de remodelación. Pero también la Fundación Antonio Pérez ha ganado popularidad hasta convertirse en Insignia Cultural de Castilla-La Mancha en el ránking anual de la Fundación Contemporánea.

No lo ha tenido fácil la Fundación Antonio Pérez. Invertir dinero en cultura siempre está bajo sospecha, incluso en una ciudad que tendría que presumir de su arte con el mismo orgullo que la abuela presume de las notas de su nieta. Más complicado todavía es apoyar un museo de cosas, simplificación en la que se puede caer si se conoce el museo solo desde fuera y que cada vez es más minoritaria, porque quien se adentra en el antiguo convento de las Carmelitas descubre que esta amalgama de objetos encontrados, arte contemporáneo y paisaje conforma un divertido universo con vistas a la hoz del Huécar. 

En los últimos años, en los que además el museo ha reforzado su apuesta por los talleres y conferencias, ampliado sus fondos y ofrecido exposiciones temporales espectaculares como la de los primeros años de Millares, he acompañado a muchas personas a visitar la Fundación Antonio Pérez y todas ellas han disfrutado como enanos. En esa expresión está la clave de su éxito, porque para sacarle el máximo provecho al museo hay que recorrerlo con mirada infantil, la misma con la que convertimos las nubes en superhéroes, los molinos en gigantes y las manchas de humedad en el rostro de la persona amada. Cuando llegamos a adultos nos sugieren castrar esa mirada, porque las ensoñaciones no ayudan a cuadrar balances de cuentas, pero puede brotar de repente cuando te encuentras con un envoltorio de dulce convertido en Menina o con una simple lata de metal aplastada con dos ojos curiosos que te preguntan ¿”te acuerdas?”.

Antonio Pérez nunca renunció a su mirada infantil ni a su capacidad de asombrarse por las cosas pequeñas, lo que refuta la tesis de que haya que dejarlas atrás para alcanzar la madurez. Quienes tuvieron un trato cercano con él rememoran cada momento con él como una aventura. “Las horas contigo no duraban sesenta minutos”, recordaba el colaborador cultural Jorge Monedero en el día de la despedida del coleccionista, que deja rincones con su huella en la Ronda Julián Romero, en la Taberna Jovi y en muchas almas artísticas de Cuenca. 

Modificando la canción que su ahijado Manu Chao le dedicó a Maradona, podemos decir que “Si yo fuera Antonio Pérez, viviría como él”, porque atrás ha dejado una biografía de película en la que ha sido caminante, exiliado, editor contracultural, bohemio, coleccionista de arte, sabio, amigo, conquense no nacido y todo lo que se haya imaginado.

Antonio Pérez deja un valioso legado artístico, pero también humano. En la huella que ha dejado en su gente, pero también en los artistas que lo han admirado, como aquellos que se han forjado en la Escuela Cruz Novillo y en la Facultad de Bellas Artes, y en colectivos que han tomado nota de su ejemplo, como Kanoko y Lamosa, está la esperanza de que, tras este capítulo de Cuenca que hoy damos casi por cerrado, tengamos un brillante spin-off. Si creemos en ellos, si les miramos como les miraría Pérez, lo tendrán más fácil.

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