Otro viernes santo más, otro viernes santo mirando al cielo, confiando en que después de la larga espera la procesión podrá salir.
Otro viernes santo en el que los nazarenos conquenses acompañan a cristo en su muerte, a su madre en su dolor, otro viernes santo de tristeza, de desconsuelo por la muerte de nuestro señor.
El duelo, que toda la cuenca nazarena hace propio. Ese duelo que acompaña a las imágenes en su ascenso por las callejuelas del casco antiguo, ese sentimiento al ver al nazareno colgado en la cruz, ese dolor, al ver las lágrimas de una madre que sostiene en brazos a su hijo fallecido. Ese sentimiento es el que caracteriza, el que une, a todos los nazarenos conquenses.
Con una puntualidad más que perfecta, a las 12:20 se abrían las puertas de la Iglesia de San Esteban, de ella salían la Venerable Hermandad del Santísimo Cristo del Perdón (La Exaltación), una talla realizada por el escultor Luis Marco Pérez, y que lucía un crespón negro por el fallecimiento de Juan Carlos Gómez Alarcón, miembro de la junta de directiva y bancero.
Y la Venerable Hermandad del Santísimo Cristo de la Salud (El Descendimiento) también de Marco Pérez. Esta última, lucia a una Virgen restaurada, con su aureola bañada en oro.
Ambas tomaron camino por la Puerta de Valencia, a su paso por el convento de las Madres Concepcionistas Franciscanas, se uniría a estas dos tallas, La Real, Ilustre y Venerable Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias, con sus dos pasos, Nuestra Señora de las Angustias y Cristo Descendido. El cual estrenaba en las tallas de María Magdalena y San Juan Evangelista las coronas con motivo del centenario de la hermandad.
Cuando se abrieron las puertas, un silencio impoluto llenó toda la calle, cientos de personas agolpadas a las puertas del convento, esperaban con fervor, poder ver a la madre, acompañarla en su dolor, darle el pésame por la pérdida de su hijo. Entre ese silencio que solo lo rompía algunas lágrimas de emoción, ambos pasos, comenzaron también el ascenso por las calles del casco antiguo. Ese ascenso por las calles que cada vez se encontraban más cerca del cielo.
A su paso por la Iglesia del Salvador, otras dos hermandades se sumaron a la comitiva. La Venerable Hermandad del Santísimo Cristo de la Agonía, con el Cristo de Marfil, y su imagen principal, el Cristo de la Agonía. Además de la Venerable Hermandad del Santísimo Cristo de la Luz, con La Lanzada y el Cristo de los Espejos.
Una vez incorporadas todas las imágenes al cortejo procesional, comenzaron el ascenso hacia la Plaza Mayor. A esta mañana grisácea, de vez en cuando le aparecía algún rayo de luz, que iluminaba el ascenso, junto a las hermandades que con sus colores amarillos, granates y celestes aportaban también esa pequeña luz dentro de la oscuridad y el calvario.
Ya en la Plaza Mayor, las imágenes iban entrando una a una por los arcos, al ritmo de las marchas que marcaban los pasos de los banceros. Los pasos bailaban entre la multitud que esperaba con paciencia la llegada de cristo a la Catedral.
A las 15:40 de la tarde, Nuestra Señora de las Angustias, se abría camino entre los arcos del ayuntamiento, al llegar a la plaza el cielo se cubrió de nubes, de tristeza, acompañando en el dolor y la desolación a la madre del viernes santo.
Cuando cruzó los arcos, la Banda de trompetas y tambores de la junta de cofradías, la esperaba para tocarle la “marcha de infantes” para acompañarla. Esta le fue abriendo paso hacia el Obispado, donde la esperaban el Obispo de Cuenca Don José María Yanguas, junto a un hermano mayor y el secretario de la hermandad, José Manuel Vela. Poco a poco y escoltada por la Guardia Civil, nuestra señora de Las Angustias fue tomando camino para resguardarse de esta desolada tarde de abril.
Eran las 16:35 de la tarde, cuando el cortejo procesional comenzó el descenso de la catedral. Los hermanos de las diferentes cofradías iban descendiendo hasta llegar a la altura de la Iglesia de San Felipe Neri, donde todas las imágenes paraban para que el coro del Conservatorio de Música de Cuenca pudiera cantarles el tradicional Miserere.
Cuando pasó La Venerable Hermandad del Santísimo Cristo de la Agonía, las dos imágenes que componen la hermandad fueron giradas hacia San Felipe donde el coro les cantó el “Oh Jesu Christe de Van Berchem”. Y cuando lo hizo la Real, Ilustre y Venerable Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias entonaron el Stabat Mater.
La lluvia que amenazaba con aparecer durante el final del recorrido hizo que durante el descanso la Junta de Cofradías tomara la decisión de terminar la procesión por el camino corto, lo que hacía que los pasos se metieran de nuevo por la calle del peso en vez de por las curvas de la audiencia y carretería.
De este modo las tallas descendieron por el Gólgota conquense, de camino a sus templos de salida, donde finalmente acabaría esta procesión de calvario, de tristeza, y de agonía, donde los nazarenos se despiden poco a poco de sus imágenes, entre abrazos y llantos de alegría porque saben que todo ha salido bien y con lágrimas en los ojos les dicen hasta pronto, porque saben que el año que viene llegará pronto y podrán de nuevo volver a acompañar a la madre y a su hijo en su duelo.






















































































































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