Estamos de luto y el luto en Cuenca se vive con una intensidad de sentimiento que trasciende al rito conviertiéndolo en experiencia colectiva. El pasado Viernes Santo, el casco histórico se sumergía en el silencio del Santo Entierro y en la oscuridad de la noche, que solo se rompía por el sonido almohadillado de los pasos, el golpe de horquilla de los banceros, las composiciones corales y la luz tenue del avanzar de las velas de los nazarenos. En la Congregación de Nuestra Señora de la Soledad y la Cruz un grupo de mujeres trazaban línea perfectamente acopladas, son las Damas que preservan la tradición del acompañamiento, que sostienen la esencia del luto riguroso y la solemnidad que encarna la mantilla española.
Poco se ha hablado de ellas, del valor a exponerse públicamente y procesionar a cara descubierta en una Semana Santa donde todo el mundo va tapado y de la belleza humana que aportan al acto. Su presencia silenciosa y ordenada mantiene viva la memoria y el respeto en el que Cuenca acompaña en los funerales y en este caso a la Soledad de María ante la Cruz desnuda en el entierro de su Hijo. Extraordinario su compás al caminar en perfecta sincronía con los pasos de la ciudad, y en un tiempo, en el que el luto ya se vive sin externalidades, nos transportan a un pasado no tan lejano y a la toma de conciencia del significado que tiene sacar al exterior el dolor que se lleva dentro con dignidad castellana.
Tras ellas, el dolor hecho madera, la imagen de Nuestra Señora de la Soledad y la Cruz, una talla de la escultora María Alonso, la única de la Semana Santa de Cuenca realizada por una mujer, que enlutada y sencilla, transmite el vacío y la serenidad de Santa María mirando a la cruz desnuda. Desde la Edad Media, tanto el duelo como el luto tienen profundas raíces históricas y han sido rituales, no sólo religiosos sino también políticos, que han articulado la expresión colectiva de la pérdida humana, sirviendo como instrumento de cohesión social y de comunicación pública ante tragedias y muertes regias, dotandole de un significado que va más allá de la pena personal para convertirse en símbolo de unidad y fortaleza.
Este año, el luto del Santo Entierro ha adquirido además un matiz premonitorio, ya que tres días después, la muerte del Papa Francisco, ha sumido al planeta en un duelo global. El Pastor de la Iglesia, defensor incansable de los derechos humanos y de la justicia social, ha sido faro en un mundo marcado por crecientes distancias sociales y desigualdades. Su próximo entierro, para el que ha pedido en su ultima voluntad despedida austera e imagen sobria, refuerza el mensaje de sencillez y humildad cristiana de la que siempre fue testigo.
El luto es patente en la provincia de Cuenca en las personas mayores a las que les conmovió la noticia, en la soledad del silencio de los pueblos vacíos, en las conversaciones con los sacerdotes que siempre están cuando se les necesita, en todos los círculos civiles, sociales y religiosos o en el peso de la esperanza en la justicia social que siempre defendía para los mas necesitados. Es un momento único para alinearse, como las Damas de la Congregación en la procesión de Viernes Santo, con el dolor del mundo entero y también con los valores del cristianismo. El Papa Francisco ya estará gozando del descanso eterno, y como el decía: “Soñad en grande. Soñad que podéis cambiar el mundo. Y si no lo lográis al menos lo habréis mejorado”. Descanse en Paz.
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