La puerta verde que da nombre al pub de Mira apareció en un viñedo, a un kilómetro y medio del pueblo, dos semanas después de que la DANA arrasara con el local. Unos días antes surgió del fango la armónica que les regaló Alberto, de la banda Milk & Alcohol, que interpretó en su escenario un repertorio de canciones de Doctor Feelgood. Estos pequeños detalles dan ánimo a sus propietarios, Fran y Patricia, doblemente golpeados, en su negocio y en su casa, por la gota fría de los días 29 y 30 de octubre.
Mira es el pueblo del padre y de la abuela de Fran, que trabaja en televisión, sobre todo en la cobertura de grandes eventos deportivos. Antes de mudarse allí vivían en Valencia, pero solían venir de vacaciones en cuanto tenían oportunidad “y cuando nos íbamos de Mira era un drama, siempre queríamos quedarnos más tiempo. A veces apurábamos tanto que, en lugar de regresar el domingo, salíamos el lunes por la mañana y dejábamos directamente a las niñas en el cole”.
Hace siete años, cuando Fran estaba cubriendo el mundial de Moto GP en Australia, Patricia le planteó la posibilidad de quedarse a vivir en Mira. Tras repasar los trabajos que había hecho este año, se dio cuenta de que el 95% habían sido fuera de España, “por lo que a mí lo único que me suponía era trasladarme desde el pueblo al aeropuerto”, así que se animaron a dar el paso.
La familia no tardó mucho en integrarse, porque ya habían hecho amigos durante sus escapadas vacacionales y de fin de semana. Uno de los más grandes era Julián, que regentaba un club de fumadores en la localidad. “Él era muy anarquista, le gustaba mucho el rock’n roll y siempre tenía allí un ambiente bastante majete”, recuerda Fran de su amigo, fallecido recientemente. Cuando llegó la pandemia, Julián decidió cerrar el local, porque le daba miedo llevar la enfermedad al pueblo. Fran se ofreció a gestionarlo, pero no era sencillo, porque Julián, además de llevar el establecimiento, vivía en la planta de arriba.
Antes de enterarse del cierre del club, Fran había empezado unas obras en el jardín de su casa con la idea de hacer una academia de idiomas y música, porque Patricia daba clases de inglés a los pequeños de esta escuela y él toca el piano. Cuando Julián les informó que iba a cerrar, le dijo a Patricia: “Cariño, ¿y si en lugar de hacer la academia hacemos un garito? Porque nos vamos a quedar sin sitio para juntarnos”.
Así comenzó a gestarse el proyecto de La Puerta Verde, cuya obra fue ejecutada por el propio Fran, que no había puesto un ladrillo en su vida, con la colaboración de su hermano arquitecto. Los trabajos comenzaron en plena pandemia, aprovechando que Fran se había ido al paro al no tener eventos que cubrir, y se extendieron durante casi dos años.
“Recuerdo que venía la gente a la obra y me decían «¿pero esto cuándo empieza?». Yo les respondía que en Viernes Santo cuando faltaba apenas un mes y se reían: « imposible, imposible». Pues nada, yo cabezón y , con la colaboración de muchos amigos, la terminamos y abrimos el Viernes Santo de 2022”.
Desde entonces, Fran ha compatibilizado su trabajo en televisión con La Puerta Verde y reconoce que “hemos hecho lo que siempre te dicen que no se tiene que hacer, que es meter dinero de una empresa a otra empresa”. Por su parte, Patricia terminó las clases para dedicarse al local, que abre todos los días menos los miércoles y se caracteriza por la música rock y blues.
DE TIUX AL SEÑOR CHINARRO
El siguiente paso fue comenzar a dar conciertos. Su primer invitado fue Justas Čekatauskas ‘Tiux’, un músico lituano afincado en Valencia. Fran apunta que “la experiencia nos dio un plus para seguir adelante, porque nosotros no éramos hosteleros y nos gustaba, pero los fines de semana era mucho trabajo y estábamos dudando si nos compensaba el esfuerzo, pero no daba tantos beneficios”.
En la música en directo encontraron esa motivación que necesitaban: “por esto yo sí que sería capaz de aguantar carros y carretas”, se autoconvenció un Fran que comparte pasión por la música con su ilustre tío: José Luis Perales.
El hostelero eligió como referencia un pub que él frecuentaba en un pueblo llamado Jérica, donde vio a grupos como The Killer Barbies o Los Hermanos Dalton. “Yo iba allí porque sabía que había conciertos, aunque no supiera quién tocaba; así que yo creo que, a base de insistir, la gente se irá dando cuenta de que todos los sábados hay música en directo en Mira y se irá apuntando”. Y, si las cosas no salían bien, se lo tomarían como “si nos hubiéramos pedido unos mariachis”, como hacían con sus amigos en la Guadalajara de México, país de origen de Patricia.
A base de prueba y error, aprendiendo de la experiencia, que entre otras cosas les enseñó a evitar coincidir con las fiestas de otros pueblos, aprendieron a programar actuaciones. Contactaron especialmente con grupos de la Comunidad Valenciana “y había conciertos en los que venía mucha gente de fuera y no conocíamos a nadie. Mira tiene apenas 800 habitantes y tampoco está rodeado de muchas poblaciones, así que sabes que la gente ha hecho un esfuerzo para hacer media hora de coche”.
Su agenda de grupos creció gracias a las propias bandas que actuaban en la Puerta Verde, que les recomendaban nuevas propuestas. Una clienta les propuso a los Dolly Rose de Cuenca, pero los primeros que vinieron desde la capital fueron los Blacksuits. Después contactaron con María José, de los locales de ensayo de Cuenca Rock, que también les comenzó a enviar bandas.
Tras más de dos años de funcionamiento, La Puerta Verde puede presumir de haber contado con la presencia de Jimmy Barnatán, que se balanceó, dichoso, en el columpio del jardín del pub, y sobre todo de Antonio Luque, el Señor Chinarro. “Fue una sorpresa, porque nos contactó él, que nos había visto por Instagram. Le expliqué que no podíamos pagar su caché pero le daba igual, simplemente quería venir a tocar porque le gustaba el sitio y le molaba el rollo que hacemos”, rememora Fran. Su presencia dio un empujón a la fama a un pub que es, junto a otro establecimiento de Utiel, el único en muchos kilómetros a la redonda que ofrece música en directo.
LA NOCHE DE LA DANA
Todo se rompió el 29 de octubre. Fran se quiebra al recordar la fecha, pero recuerda cómo ocurrió todo con mucho detalle. “El primer aviso fue por la mañana, cuando nos comunicaron desde el colegio de Utiel que no iba a haber clase por el aviso de la DANA”, recuerda Fran. Ya llovía con fuerza cuando decidió coger el coche, que estaba en reserva, para ir a echarle gasolina en Camporrobles, el pueblo vecino: “Me costó llegar un montón, ya había muchos charcos y se veía por el campo bajar mucha agua de un barranco que normalmente está seco, como si fuera un río”. Llegó con dificultades a la estación de servicio y se fue a Mira de vacío, porque no le pudieron recargar el depósito por seguridad. Durante el camino de regreso se fijó en los caminos “y no había visto llover tanto nunca”.
A pesar del mal tiempo, decidió abrir un rato La Puerta Verde “por si venían los cuatro amiguetes”. Por allí se pasaron David el panadero y Víctor, un amigo electricista, junto con sus respectivas parejas, e intercambiaron sus impresiones sobre el temporal. Entonces el río ya estaba bastante crecido, “pero como lo habíamos visto otras veces”.
En torno a las ocho y media de la tarde cerró el local y al salir se cruzó con un vecino mayor que le comentó que estuviera tranquilo, “que él había llegado a ver el río a la altura del jardín”. En ese momento el agua había bajado un poco, pero se situaba en el límite histórico que recordaba la gente de Mira.
De regreso a casa, a Fran le llamó la atención el incesante ruido de los truenos que “se lanzaban unos con otros, no había ningún momento de silencio”. Ya en casa, observó la casa de su vecina Ana, la más baja de la calle. Para ayudarla, bajo la lluvia, instaló unos tableros para proteger la puerta de entrada. Después repartió todas las tablas que tenía entre las casas que consideró que tenían más peligro “y parece que para la primera riada sí que sirvieron”.
Satisfecho, Fran se fue a dormir, pero como estaba todavía inquieto, puso el despertador a la una de la mañana. Cuando se levantó, el río ya estaba desbordándose en la plaza de Mira. El agua subía muy rápido, así que despertó a la familia. Fueron a la planta baja de la casa para coger las cosas más valiosas antes de ponerse a resguardo un piso más arriba. Fran no se llevó nada “porque estaba bloqueado”, pero cuando todo pasó se acordó del libro de botánico manuscrito de su abuelo farmacéutico, “una joya que se quedó abajo”.
A la 1:26 el agua ya entraba en la casa a lo bestia, rompiendo los marcos de una gruesa puerta de madera maciza, “doblándola como si fuera de papel”. Aquella segunda riada alcanzó en torno a metro y medio de la planta de abajo. Llamaron a sus familiares para tranquilizarlos, pero dosificando mucho la batería. Fran se metió en el agua y bajó los cuadros de luz por precaución, así que se quedaron a oscuras y sin posibilidad de cargar los móviles. Desde la ventana podía ver que el agua había superado en unos dos metros el nivel del río.
Lograron dormir un poco, hasta que pasadas las cinco de la mañana vino la tercera riada, que se quedó a un centímetro de alcanzar la segunda planta de la casa. “Despertamos a las chicas y les dijimos lo mismo que antes: coger lo que necesitéis de esta planta, que nos vamos para arriba”, relata Fran.
Subieron juntos a la buhardilla “y lo que se veía desde allí era dantesco. Había un chalet antiguo, de dos plantas, que ya se había cubierto y el Ojos de Moya bajaba como si fuera un río bravo, haciendo olas de dos o tres metros”. Fran asegura que él no es nada miedoso, pero el sonido del agua le parecía aterrador, sobre todo porque empezó a pensar que la casa podría venirse abajo.
Cuando Mira sufrió la segunda y tercera riada ya no llovía, pero los cientos de litros que habían caído en la zona bajaron por el río y los barrancos hasta acumularse en el pueblo, que se encuentra en un valle. Faltaban como cinco centímetros para que el agua alcanzara la ventana, situada unos ocho metros por encima del nivel del río. “La sensación era como de estar en medio del mar”, recuerda el hostelero.
Ya se estaba haciendo de día cuando Fran empezó a pensar un plan de acción en caso de que el agua alcanzara la buhardilla: “Preparé una maleta, una mesita y una silla, a modo de escalera, para que las niñas y Patricia pudieran salir por la ventana”. Se subió al tejado y desde allí pudo ver La Puerta Verde, que al igual que el resto del pueblo, estaba cubierta de agua. Aumentó su temor de que la casa pudiera hundirse y agudizó el oído, atento a cualquier crujido que pudiera escucharse, mientras en su cabeza cavilaba sobre cómo podían salvarse, al menos, su mujer y sus hijas. “Me monté mi plan en mi cabeza para, si pasaba algo, exponerlo rápido, pero no se lo conté para no asustarlas. Fue lo más duro de la noche, pensar eso y no compartirlo”.
EL RESCATE
En torno a las siete de la mañana comenzaron a escuchar el sonido del helicóptero de la Unidad Militar de Emergencias. Subió de nuevo al tejado con una camisa roja para que le vieran y pudo comprobar que el nivel del agua ya estaba bajando. “Pensé que seguramente tenían gente en peores condiciones, mayores que no se podían mover”, así que no hizo gestos para llamar la atención de los militares, “que eran muy eficaces, trabajaron súper rápido”.
Unas horas después, le llamó por teléfono un amigo que estaba con la UME y le preguntó si querían que fueran a por ellos. “Yo creo que no hace falta”, le respondió, aunque finalmente acudieron a su auxilio. Sobre las doce y media, en orden de edad, lograron salir de su casa inundada.
Después de todo lo vivido, Fran estaba en shock. Les llevaron al centro de salud de emergencia instalado en la oficina de correos, en el punto más alto del pueblo, “pero no recuerdo mucho, nos hicieron preguntas y recomendaciones, pero no recuerdo bien su contenido”. Después del reconocimiento médico, se reunieron en casa de la cocinera que organiza las cenas de La Puerta Verde, donde les dieron ropa seca y algo de comer.
Tras reponer fuerzas, Fran se fue a echar una mano en lo que se pudiera en un escenario “que parecía la guerra”. Consiguió acercarse a La Puerta Verde y, en cuanto bajó el nivel del agua, se coló en el bar para corroborar que había poco que salvar.
Fran explica que “en verano los conciertos los hacemos en el jardín y meto el equipo a casa, pero como ya estábamos en el modo invierno estaba todo dentro”. Posteriormente su hermano arquitecto vio el local “y me dijo que había tenido suerte, porque no se habían dañado las vigas, si no hubiéramos tenido que tirarlo todo abajo”. Su primer proyecto como albañil había sobrevivido a la mayor riada de la historia de Mira “pero el mérito se lo doy a la termoarcilla de la fábrica de cerámicas, que da mucha vida a este pueblo”.
LA RECONSTRUCCIÓN
“Estamos vivos, lo demás perdido. ¡Volveremos!” escribió La Puerta Verde en Instagram el 31 de octubre. Fran asegura que durante estas dos semanas le hubiera gustado poder ayudar más a los demás, pero apenas pueden abarcar todo el trabajo que tienen por delante para recuperar su casa y el local. No obstante, en cuanto tienen un hueco echan una mano en lo que pueden a sus vecinos.
La reconstrucción está dejando momentos bonitos, como el hallazgo de elementos perdidos como la armónica de Alberto y del cartel de La Puerta Verde o la visita del chef José Andrés, pero hay altibajos. “Unas veces me da el subidón, porque veo que avanzamos; otras me da el bajón, cuando pienso en todo lo que falta por hacer”, confiesa Fran, que para esta tarea que tiene por delante tampoco espera gran ayuda de las administraciones. Su mujer y dos de sus hijas están empadronadas en Camporrobles para poder usar el transporte escolar a Utiel y eso les limita las posibles ayudas de Castilla-La Mancha.
Por otro lado, sus amigos les envían propuestas de ayuda desde Valencia a las que no pueden acceder por no pertenecer a esa comunidad. “Pero bueno, como desde el principio no contaba con nada, si cabe alguna posibilidad bien, pero no confío mucho en ese aspecto”, se resigna.
Más abundante está siendo la ayuda de la gente, personas que se han desplazado desde Valencia y de Madrid para echarles una mano. Además, para ayudar a la reconstrucción de La Puerta Verde, un amigo ha abierto un crowdfunding, que ya ha recaudado más de 6.000 euros y al que se puede contribuir pinchando este enlace. Emocionado, Fran confiesa que tiene “sentimientos contradictorios, porque yo soy más de dar que de recibir”, pero le consuela pensar que la comunidad le está devolviendo una parte de lo que han aportado al mantener abierto el pub de Mira y programar conciertos para toda la comarca.
Con el mismo espíritu alocado que les impulsó a abrir La Puerta Verde en la Semana Santa de 2022, Fran y Patricia se han marcado el reto de reabrir el pub de Navidad. No será fácil, porque tanto en el pub como en toda Mira hace falta mucha mano de obra especializada, como fontaneros, carpinteros y electricistas. También hay problemas de material por toda la gran cantidad de localidades que se han visto afectadas por la DANA, “pero creo que entre todos podremos escuchar música en directo en Navidad”.
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