Semana Santa

Pregón de la Semana Santa de Cuenca de Juan Ignacio Cantero

Aquí puedes leer íntegro el pregón de la Semana Santa de Cuenca de Juan Ignacio Cantero:

A ti

Mi patria es vigorosa,

mi patria es verdadera.

Mi patria es de costumbre y tradición,

mi patria es imperecedera.

Mi patria cuelga del cielo

donde nacen las estrellas,

y es donde quiero estar

cuando regrese a la tierra.

Mi patria es inagotable,

no conoce fronteras,

mi patria nunca se marcha,

mi patria siempre me espera.

Mi patria es mi ciudad,

mi gente y mi bandera.

Mi patria es cristiana,

mi patria es pureza.

Mi patria está hecha de nubes,

que se convierten en piedra,

mi patria se viste de túnica

y se reviste de hiedra.

Mi patria de corazón calizo

tiene a Dios tallado en madera,

mi patria con vírgenes de sueños

y con hábitos de tela.

Mi patria no es de sangres azules

es de pasiones en vena,

mi patria es de procesiones

y clarines que destemplan.

Mi patria es una turba

pasando las noches en vela,

mi patria que nunca duerme,

pero de madrugada despierta.

Mi patria huele a incienso

y al recuerdo de la cera,

mi patria hace el camino en andas

y entre banzos se lleva.

Mi patria y sus fervores populares

que hacen la conjunción perfecta,

mi patria entera me cabe

entre el Castillo y las Quinientas.

Mi patria es esta cuna,

mi patria siempre será Cuenca,

mi patria es Semana Santa,

mi patria es nazarena.

Ojalá entendieras lo bien que me siento cuando te pienso. Tú que solo piensas en lo tuyo, como yo… también en lo tuyo. Y todo el sentido de mi vida ha sido siempre para llegar a ti.

A ti…

que ni la fuerza del viento o el paso del tiempo han logrado dañarte,

y del cáliz de tu escudo beben las naciones y los pueblos

para buscar la redención de las tentaciones.

A ti…

que de la ingravidez hiciste un templo,

que tus oraciones se escuchan hasta en el infierno,

que tu verdad se sedimenta en tu apariencia de piedra.

A ti…

que siempre que te invade una añoranza de otoño,

en tu primavera florecen imágenes de Cristo y de María…

A ti Cuenca.

A ti Semana Santa.

A ti mi vida.

Saluda y oración

Excelentísimo y Reverendísimo señor obispo. Señor presidente de la Junta de Cofradías. Excelentísimo señor alcalde de la ciudad que reina en el universo. Señor consejero de Educación, Cultura y Deportes. Señora delegada de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha en Cuenca. Señora diputada de cultura, área tan necesaria y vital. Señor Subdelegado de Defensa del Gobierno de España. Respetado vicerrector de la Universidad de Castilla-La Mancha. Mi estimado cartelista que has sido la imagen de nuestra Semana Santa. Representantes de las Hermandades, queridos compañeros. Dignísimas autoridades religiosas, civiles y militares. Señoras, señores, conquenses, siempre fieles y distinguidos, queridos amigos, nazarenos todos.

¿Por qué no empezar rezando? Que parece que la oración se ha olvidado en los bordes del tiempo y ya solo pedimos para nosotros, y nunca por lo que nos rodea. Ahora que estamos aquí reunidos en este santo matrimonio entre fe y tradición, puedo atreverme sin miedo a decir:

Creo en ti, Oh Cuenca Todopoderosa,

Creadora del cielo de purísimo nazareno

y de la tierra como calle procesional.

Creo en tu Semana Santa, la mejor obra de tu creación,

que fue concebida por obra y gracia de los originales

de esta muy noble, muy leal, fidelísima y heroica.

Nació de órdenes, gremios y hermandades,

padeció bajo la ruptura de las dos Españas

fue fusilada, incendiada y sepultada,

descendió a los infiernos del ostracismo y la precariedad,

al tercer año se reconstruyó de entre los muertos,

subió a las nubes del reconocimiento internacional

y está sentada a la derecha de las grandes pasiones del universo.

Desde aquí ha de maravillar a los cuatro puntos cardinales.

Creo en el espíritu cofrade y santo,

en la iglesia de los conquenses naturales,

la comunión de las filas de tulipas,

el perdón de los pecados mundanales,

la resurrección de las túnicas y capuces,

y la vida eterna de los nazarenos celestiales.

Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven Semana Santa a nosotros. Gloria a ti Cuenca. Ciudad nazarena, ciudad milagrosa, ciudad sagrada.

Aprendizaje de niñez

Si yo pudiera pedirle a Dios solamente una cosa, sería que parara el tiempo. Que pare el tiempo y haga que este día sea eterno. Porqueno soy digno del honor que me ha sido concedido. Porque no soy más que otro nazareno de nuestra Semana Santa. Otro apasionado de esta Pasión, otra mano más para sostener sus cimientos con horquillas y fabricar hormigón con la cera derretida de los cirios. Otro conquense comprometido con su tierra, colgado de sus casas, y recortado por sus hoces.

Un enamorado de todo lo que es Cuenca, de su concepto, de lo que representa… y como tal de esa Semana en que los conquenses se empadronan en tierra santa y la ciudad es un libro abierto donde se plasman las sagradas escrituras. Primero fue en Jerusalén donde Jesús murió y resucitó. Para vivir eternamente, Nuestro Padre eligió Cuenca, donde cada año ve crecer la mayor obra de sus aguerridos hijos conquenses. Y en este año, en que, con la edad de Cristo habéis decidido hacerme su pregonero, seré los ojos en la boca de tantos, para intentar haceros ver lo que todos sentimos.

Si pudieras verme papá. Si de tus retinas lo único que se desprendieran fueran lágrimas de alegría, entonces verías a tu hijo mejor que nunca. Entonces me divisarías y hasta podrías mirar las palabras y los renglones. Entonces verías que siempre ha sido Semana Santa y siempre he querido formar parte de ella a través de tus ojos.

Me diste tu horquilla, tu pasión y tu legado. A cambio te doy mi visión, mi luz y mi pregón. Porque es tan tuyo como yo. Porque es un orgullo llevar tu sangre y el plasma de Cuenca. Un orgullo que me hicieras tan conquense y tan enamorado de su Semana Santa. Gracias papá.

Hoy se presenta ante vosotros un niño que creció. No sé si se hizo hombre o simplemente se le quedó la túnica pequeña, pero no ha dejado de sacarle al bajo para poder seguir saliendo en la procesión.

Como en todo buen amor, no hay razones explicables para fundamentar su existencia. Yo no lo sé… Nunca lo he sabido… ¿O acaso se comprende que un niño de dos años hojee sin parar un programa de Semana Santa hasta desgastar sus páginas y conocer todas las Hermandades, pasos, indumentarias…?

No. Porque la Semana Santa no se descifra, se siente. Es un gen dominante que se traslada por herencia. No hace falta “mamarlo” como decimos en estas tierras, sino tenerlo dentro, dejarlo crecer y darle forma hasta que la piel mute en túnica y el cráneo en capuz.

A todos nos han preguntado alguna vez de pequeños qué queríamos ser de mayores. Los niños sueñan con ser astronautas, bomberos, futbolistas, policías… Yo quería ser nazareno de la Semana Santa de Cuenca. Ahora me veo hojeando y deteriorando aquellos libros y pienso que ese niño nunca ha crecido. Está aquí delante de todos vosotros, jugando a la Semana Santa.

Porque sí… Sigo siendo un niño… Sigo poniendo las marchas una vez pasa la Navidad. Me siguen temblando las piernas cuando llega la Cuaresma. Sigo sin dormir tranquilo la noche previa al Domingo de Ramos. Me sigo vistiendo de nervios antes de ir a la procesión. Pues, si soy un niño… ¡Bendita niñez!

Y es que en esta escuela nazarena que es la Semana Santa, el proceso de enseñanza-aprendizaje se hace llevadero. Nuestra Semana Santa es arte. Es música, es poesía, es matemática, plástica, geología, química… ¿Que no me creéis?

Es la melodía de los corazones que palpitan dentro de este pentagrama orográfico e histórico. Es los versos de sus calles rimando consonantemente con la belleza de las imágenes. Es la perfecta ecuación de tradición y cultura que despeja la X de la fe. Es la idónea mezcla de colores en la paleta del entorno natural que dibujan un cuadro abstracto en este lienzo infinito.

Es el sentimiento nazareno kárstico que va adquiriendo forma con el desgaste del tiempo. Es el soluto de procesiones en el disolvente urbano de Cuenca que da forma a esta mezcla homogénea que es la Semana Santa.

Y en cada desfile se aprende algo nuevo. En Cuenca, no procesionarás sin saber al menos una cosa más y a cada nuevo quite se toma la alternativa. En este albero hecho de roca caliza, esta plaza de primera, y este ruedo que se hace notar desde que uno lo distingue, se citan los mejores diestros.

Pues su gran historia y calidad aseguran que estamos hablando de un coso importante. Sin olvidar que es el propio aficionado el que le da vida y seriedad. Pues sabe más el conquense por nazareno que por oro. Y espera la vida en la puerta del templo a porta gayola para igualar, obligar y recoger la Pasión en un capote de sueños y una muleta de esperanza. Es que aquí… la faena es de capa y de música y de arte y de valor…  Es que, en la Semana Santa de Cuenca, salimos a hombros y ¡por la puerta grande!

La Semana Santa es en Cuenca porque Cuenca es en Semana Santa

Precisamente ahora que estamos a las puertas de nuestra particular Semana Grande, os diré que os conozco… a todos y cada uno de vosotros. Sé que os estremecéis cuando la ciudad retumba al ritmo de los redobles de tambor. Sé que sobre las notas de San Juan del maestro Cabañas, inevitablemente entonáis para los adentros un “viva el hermano mayor”. Sé que lleváis cuarenta días diciendo que ya huele a cera, y que, con las velas encendidas, habéis estado rezando a la meteorología para que llueva todo lo que tenga que llover en la Cuaresma. Sé que os sabéis de memoria las fechas de vuestras juntas y funciones y que os habéis estado preguntando a cuánto saldrán este año los banzos, y si se lo quedarán más o menos los de siempre.

Sé que mimáis especialmente las túnicas, que han salido de su hibernación para florecer por los rincones de la casa. Sé que en vuestros hogares y trayectos llevan meses sonando los Cuarenta Principales de las marchas y que en los parasoles de vuestros coches os protegen cristos, vírgenes y misterios que divisáis cuando el astro rey se refleja en el horizonte.

Sé que en los dolores del viernes, vais a besar rodillas y mantos. Que recogéis el mundo en la ermita, y las angustias en el abrigo de una madre. Que en estas tradiciones insondables encontráis a la Virgen en cuevas, bajo puentes y hasta en el cielo. Porque con una madre empieza la vida y con una madre se acaba. Y por eso María cierra las procesiones, las oraciones y las alabanzas.

Y sé todo esto porque, en verdad y aunque no lo creáis, os conozco a todos. Porque la misma sangre corre por nuestras venas. Porque somos hermanos en la fe e hijos de Cuenca. Y porque la Semana Santa conquense, con sus más de 50.000 formas de vivirla, se siente nuestra como una sola.

¿Y qué sabré yo…?

Que desfila la sangre conquense por las calles de mis entrañas

y respiran mis pulmones procesiones

bajo un manto de promesas, oraciones y plegarias.

¿Qué sabré yo…?

Que bordé mi propia bandera a mi paisana,

con un cáliz de oro sobre un campo de gules,

que alumbra una estrella de puntas de plata.

¿Qué sabré yo…?

si desde 1177 me guía la virgen celeste y luminaria,

desde esta tierra en boca de tantos y tan pocos,

y en la que muchos pierden la vista, por no querer fijar la mirada.

Porque yo nací a Cuenca y tengo sus ojos, su espíritu y su terquedad obstinada. Me marché de Cuenca como si me fuera del mundo, en silencio y con una despedida callada. Y cuando volví para quedarme a su lado después de haberla abandonado y negado más de cien veces, ella me acogió con la misma sonrisa que el primer día. Y me aprisionó en un abrazo que sentí como el agua para quien lleva años vagando por el desierto. Como el hijo pródigo, me marché a gastarme la herencia buscando placeres no correspondidos y regresé a la eterna misericordia de esta ciudad que nada olvida, pero que todo perdona. Que madre no hay más que una y en Cuenca, trina. Patria, reina y progenitora.

Y es que el que germina en esta ciudad,

muere con ella.

El que la ha conocido y vivido,

ya no puede abandonarla ni desconocerla.

Porque Cuenca es al mundo,

lo que el Sol a la Tierra.

Según el momento,

la mitad la olvida, y solo la otra puede verla.

Muchos no quieren mirarla

y algunos intentan cogerla.

Pero lo que muy pocos saben, es que ella no es de nadie,

y nadie puede poseerla.

Saldrá siempre a su antojo

y de la forma que ella prefiera.

Pero hoy se viste con sus mejores galas

y, como la Luna… está llena.

Porque hoy en Cuenca es Semana Santa,

y la Semana Santa, es en Cuenca.

Y aquí está la respuesta a todas mis preguntas inquietas que, se reducen a media docena cuando se trata de relatar un sentimiento inenarrable.

Las 6 uves dobles de la Semana Santa de Cuenca

Pues en seis preguntas, se resuelven siete días de dudas. Las seis uves dobles son como la tabla de los mandamientos para los periodistas y, como artista del gremio, os contaré la Semana Santa de Cuenca a través de estas cuestiones básicas e ineludibles.

¿Qué es la Semana Santa?

Son trescientos sesenta y cinco días de amor incondicional

a una tierra, a una tradición, a una fe, a unas imágenes.

Es un sentimiento que se desborda en el pecho,

inescrutable, irrepetible, inefable.

Es simplemente un ser vivo que nace y se reproduce,

pero no muere, sino que resucita y se rehace.

¿Quién hace la Semana Santa?

Los creyentes, los cristianos, Cuenca, los propios y ajenos.

Todo aquel que pone el bien más caro del mundo,

el tiempo,

para hacer que todo lo demás

sea imperecedero.

Todos los que cuentan tulipas para dormirse

y sueñan en nazareno.

Todos los que en la sangre llevan procesiones

y en la mente un deseo:

que todo sea tan bello como es ahora,

que el año que viene volvamos a vernos.

¿Cuándo es Semana Santa?

Toda la vida en todos aquellos corazones que la viven y la sienten,

en todas aquellas mentes que la piensan,

en todos aquellos cuerpos que la construyen.

Toda la vida para los que en el calendario

primavera y Pasión confluyen,

para los que la hacen florecer en las calles y en las mentes,

para los que estuvieron, para los que se van,

para los que se quedan.

¿Dónde es Semana Santa?

En el cielo y en la tierra.

Más allá de las Casas Colgadas, más allá del horizonte,

allí está su estela.

Suspendida entre las nubes por donde flotan sus pasos

golpeando con las horquillas las estrellas.

Allí es Semana Santa,

Semana Santa en Cuenca.

¿Cómo es la Semana Santa?

De una y mil formas diversas.

Cada uno la vive en su modo

y hace vivirla al resto a su manera.

Unos en la intimidad, otros desfilando por las calles,

otros, en las aceras.

Unos bajo el banzo, otros en las filas,

otros simplemente, escogen su lugar favorito y la esperan.

Todos son Semana Santa

y todos ponen su granito de arena.

¿Que cómo lo hacen? Eso quisiera saber yo.

Es encanto, es misterio, es prodigio…

hace magia esta gente de Cuenca.

Por último,

¿por qué se hace Semana Santa?

Porque es tan necesaria que se respira,

que se bebe, que se asimila.

Porque es familia, tradición, fe o ¿qué sé yo…?

es una forma de vida.

Que traspasa fronteras, que mueve montañas,

que conecta los vasos sanguíneos

del sistema circulatorio nazareno en el corazón de Castilla,

pero con transfusiones que la hacen siempre viva,

siempre nueva, siempre distinta.

Porque estamos conectados con todo y con todos, pero en esta semana se pone el mundo patas arriba. Y las brújulas no señalan al norte, ni al sur, sino que marcan el punto exacto donde hay que estar para vivir la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. La cosmovisión nazarena que sitúa a Cuenca en el centro del universo en un perfecto sistema donde las órbitas convergen, aunque cada planeta sea único y original.

Y es que hay un costalero en lo más profundo de San Andrés y un Guadalquivir que presta sus aguas para un Descendimiento entre meandros de Escardillo. Hay una saeta que se entona frente a un palacio donde va en lista el bancero para ser diputado. Hay una madrugá que ha ganado el participio en su rumbo al Calvario conquense, y un himno en Cuenca que es jienense, y que pide resolí sobre las notas de una alegre pajarera. Maneras de entenderla. Maneras de sentirla. Maneras de vivir.

Maneras de vivir y entender

Que no hay nada que envidiar hermanos.

Que es Semana Santa en Cuenca y Cuenca es en Semana Santa.

Que no pasará por sus tierras

el Guadalquivir, ni el Pisuerga, ni el Guadiana,

pero en el mar de estas rocas

desembocan todos los ríos de España.

Que estaremos cautivos y desarmados,

pero hay mucha guerra en las entrañas.

Que caídos y heridos aguantamos

desde Carretería hasta la Plaza.

Que por cada nazareno conquense, salen cinco túnicas

y aún, queda entretela en el alma.

Que hay treinta y tres hermandades

y una sola fe que ampara,

que es Semana Santa en Cuenca

y Cuenca es en Semana Santa.

Cuando la ciudad se llena de fe y las calles son un desfiladero de gentes que durante el año marchan a otros lares. Es entonces cuando regresan las almas que tuvieron que buscar las aguas en otras cuencas más caudalosas. Cuando los hijos de la diáspora retornan porque recuerdan que, aunque se encuentren en todas partes, no están completos si no es aquí. Cuando la espera de sufrir desde la distancia, cristaliza en un presente de sentir en primera persona. Entonces el conquense sabe que está en casa y que no hay nada que temer.

Y también los visitantes que vienen a mojar sus labios de este pequeño manantial recóndito, y acaban empapándose enteros al descubrir que aquí la belleza brota a cataratas.

Quiso un día una de estas trémulas forasteras, aplaudir fervientemente cuando la Virgen de las Angustias entraba por la puerta de las Madres Concepcionistas en una fastuosa tarde de Viernes Santo. Yo la reñí, ella se ofendió. Y me preguntó por qué reprendíamos el premio al esplendor. -“En Cuenca se aplaude con el alma, con el corazón y con los ojos”- le respondí. Ella no me dijo nada, supongo que pensando que estaba loco. Pero cuando el Coro de la Catedral empezó a entonar ese hipnótico himno a la Virgen, y los banceros la mecieron sutilmente, por sus mejillas vi discurrir unas lágrimas que para mí fueron la mayor ovación de la historia. Andaluza ella, supo entender que no es lo mismo allí que aquí, pero que ambos son adverbios para señalar un lugar donde enamorarse.

Porque el amor es una mirada que atraviesa los arcos del Ayuntamiento. Un abrazo que sostiene la voluntad sinuosa en las curvas de la Audiencia. El amor golpea las puertas de San Andrés y cuando se abren, no hay vuelta atrás. Es para siempre.

En mi caso, para comparar esta pasión incomparable, tengo que regresar a los tiempos en que daba tres patadas a un balón como si me fuera la vida en ello. Pero ¡ay cuando llegaba enero y la Semana Santa empezaba a vislumbrarse en el calendario, como una porción de tierra tras un largo tiempo a la deriva en el mar! Y el Domingo de Ramos como una meta volante marcada en rojo a la que era necesario llegar para seguir existiendo.

Y precisamente en rojo, o en cinco veces amarillo que es como funciona esto del fútbol, me marcaba yo los pasos a seguir con calculadora, escuadra, cartabón, compás y hasta bisturí si hubiera hecho falta para cambiar el partido por procesión, el césped por adoquín, las botas por zapatos y las galopadas por paso lento. Y heme ahí, con el cuento de la lechera en enero: si quedan diez partidos hasta Semana Santa, pues una tarjeta cada dos y listo.

Y es que dicen que no hay pasión más acérrima que el deporte, pero eso es porque no han estado en Cuenca en Semana Santa. Donde se puede percibir el clamor en el silencio, y donde las camisetas son túnicas, capuz y borlas doradas; los estadios son iglesias, calles y balaustradas; y los equipos filas, turbas, hermandades y subastas.

Y aquí…

Qué bonito es, cuando salgo de casa, a rezarle a mi Cuenca,

con mi orgullo conquense, qué bonito es…

Es mi Semana Santa, hoy yo te vengo a ver…

Recorrido por la Semana Santa de Cuenca

En el calendario conquense, las semanas duran lo que tarda un año en pasar. Cuenca tacha segundos de un reloj eterno y en los días de la Pasión, el cronómetro se para. Las calles relatan una historia con final inacabado que todos presumen saber, pero que cada año se reclama volver a contar. ¿A qué huele el primer cirio que se prende? ¿A qué sabe el primer resoli de cuaresma? ¿Qué se vislumbra cuando en La Majestad ya están las tres cruces puestas? ¿A qué suena una marcha en el frío de enero? ¿Qué escalofrío recorre el espinazo en una puesta de andas? Conquenses, ¿lo estáis notando? Que aquí hay procesiones hasta en las palabras.

Cuando se pone el alma en el hombro

y el capuz en la cara

y se llena la noche de luz,

y de gloria la mañana.

Entonces,

es en Cuenca Semana Santa.

La subida de Alfonso VIII conquista con colores vivos

una Plaza Mayor abarrotada.

Un lienzo de casas trazado por arterias discretas

surcadas por imágenes en andas.

La calle del peso, un pequeño reducto donde intimar con cada imagen,

donde cae a plomo la carga sobre el hombro,

y sobre las tallas, las miradas.

Donde roza el banzo en el alma

y pasa justa la saliva por la garganta.

Las curvas del Escardillo, tribunal del bancero,

cuando sobre el peralte cimbrea la casta legada.

El puente de la Trinidad es un nexo,

entre la antigüedad del pasado, y lo que es nuevo y avanza.

En San Felipe el dolor ruge y el miserere retumba

en cada recoveco de esta ciudad que con fervor lo canta.

Y es que al cielo… se va por las curvas de la Audiencia y el paraíso se encuentra en la Plaza Mayor. El camino hacia la gloria requiere de sufrimiento, de poner el hombro, de salvar desniveles. Entonces, se alcanza la eternidad.

Cuenca llama a la puerta y al abrir, palmas y ramos que ondean ante la llegada del mesías. De la Virgen y de Jesús a lomos de la borriquilla.

Es la voz de Dios la que grita las letras de un Lunes Santo, es su garganta la que en esa campana se entona, es su latido el que en el ritmo del tambor se entrevera. Y casi no tengo palabras…Tan solo siete: Ya desfila la Vera Cruz por Cuenca.

Después, Martes Santo de Perdón. De Toques, marchas y salves. De unión de aguas de Júcares, Huécares y Jordanes. La procesión de los conquenses dicen, de los de ahora, de los de después, y de los de antes.

Al día siguiente, cenas que saben a despedidas, capuces blancos, corazones negros. Espadas al aire y gallos que escuchan el arrepentimiento en el silencio. Sanedrín conquense que dirime sentencias de sangre divina y amarguras tan profundas, que de madres a hijos muestran su reflejo.

Jueves Santo en que la paz y la caridad cruzan puentes de piedra, irradiando la Majestad en las aguas vivas que bañan la Pasión conquense. Y una vez de vuelta, no habrá sosiego que calme el quejido de la madrugada. La turba coloniza las calles mientras Cristo se abre paso hacia una muerte anunciada.

Y entonces… el Jesús… El Jesús te mira a los ojos al salir por la puerta de El Salvador y te rompe en mil pedazos. Late el corazón a un ritmo frenético con un ran rataplán rataplán por todos conocido. Se te hace un nudo en la garganta y solo puedes emitir un sonido agudo y destemplado cuando la imagen se mueve o aparece en una esquina con su forma tan única de andar. Es aquí. Camino del Calvario. Es en Cuenca.

Detrás de él San Juan, el guapo, el discípulo amado. Que ya lleva a la banda detrás y va entre los cielos volando. Después suena un martillo y un yunque, y hay fuego en la fragua. Y así la Virgen no está sola, y camina caliente en su llanto.

Cuando Cuenca despierta de su sueño negro, la muerte ya se refleja en una cruz de espejos, y la madre muestra el cuerpo sin vida del hijo al que tanto ha perseguido durante la Semana Santa.

Pues la imagen más cruel despierta la más irónica de las ternuras. Una madre y un hijo. Él muerto, ella desgarrada. Y sin embargo alienta el espíritu de todo un pueblo que la admira. Virgen de las Angustias. Eres la monarquía de un estado de sangre plebeya y la realeza que se ejerce desde el pueblo. Eres la soberanía del cielo sobre la tierra y el Gobierno de la Pasión en Cuenca.

El luto completo del ánimo desciende de la cruz y del casco antiguo, al sepulcro del llano. Y entonces un trueno suena porque Cristo ha muerto, y Cuenca debe enterrarlo. El sepelio rompe la ciudad en tres damas, que vierten en el Huécar sus lágrimas. E irán a contarle al Júcar que Jesús no ha muerto, y que el próximo año volverá a entrar triunfante en Cuenca entre ramos y palmas. Cristo ha resucitado. La Semana Santa conquense nunca muere. Sus nazarenos la mantienen sana y salva.

Qué pronto se cuenta y qué rápido pasa. Qué premura el reloj cuando entona el Miserere Mangana. Qué momentos, qué recuerdos, qué sueños… y después todo, y después nada… Reserva y espera resignada.

Mas aguardad… ¿Qué es eso que suena? Tambores… tambores en lo profundo. La tierra se tambalea ante un movimiento de placas en forma de procesiones. ¿Es una catástrofe natural? Para nada. Es la Semana Santa de Cuenca, que lo arrasa todo porque todo se mueve con ella. Una manifestación que no deja a nadie fuera ni atrás, que se siente barrio a barrio y empodera persona a persona. Una celebración que, a muchos da vida, y a otros muchos, les da la suerte de tener con qué vivir.

Orgullo y perjuicio

Pero para inmensa suerte la nuestra. Que de entre todos los lugares que había en el mundo para abrir los ojos, lo hicimos en Cuenca. Que de entre todas las pasiones existentes, fuimos tocados por la gracia de la más grande de todas ellas. Qué orgullo ser conquenses. Qué orgullo ser nazarenos. Qué orgullo que la fe de todo un pueblo, sea la misma que la nuestra.

Y al que no entienda esta Pasión de Pasiones y ponga en su boca una blasfemia contra el linaje de sangre que recorre las venas de Cuenca… viento fresco, puente de plata, y un espacio vacío al que no poder llamar hogar.

Porque a las palabras más necias, los oídos más sordos. Para que cuando pongan nuestra Semana más Santa en su lengua tan bífida y venenosa, demos respuesta con nuestra más severa arrogancia de saber que somos únicos, y ellos, tan solo, como el resto. Ladran… luego procesionamos.

Pues quien asegure no tener fe no ha visto ondear las palmas y ramos en los Oblatos. No ha escuchado siete palabras que reconfortan hasta la más pesada aflicción. No ha sentido la llegada del Bautista anunciada en trompetas heráldicas, ni ha disfrutado del Bautismo entrando en la Plaza Mayor.

Quien diga no creer en nada, no ha visto las notas de María Magdalena endulzando el pentagrama por Solera, ni se ha cuadrado ante el Himno Nacional que surge de una salida triunfante del Medinaceli.

Quien no ha sentido la llamada, no ha escuchado un motete de Esperanza en San Andrés, ni una Santa Cena de trompetas y tambores en el Palacio Provincial.

Quien no cree en los milagros, no ha visto danzar la oliva del Quinto en los cielos del ayuntamiento, ni ha volado en un beso para sentir cómo se llega de la traición a la victoria.

Quien no sabe de pasiones, no ha entonado una saeta en Aguirre cuando fallan las fuerzas, ni ha negado tres veces que el pecado, se perdona al cantar un gallo desde San Pedro.

Quien no tiene juicio alguno, no puede perderlo al ver pasar la belleza del Señor de San Miguel, y vive en la Amargura de no haber encontrado nunca el consuelo que otorga la madre cruzando al son de la Marcha de Infantes.

Quien se cree más grande que el mundo, no ha encontrado paz y caridad en torno al padre crucificado, ni ha rezado una oración cuando los hortelanos aran la tierra entre las nubes de la Catedral.

Quien está atado al escepticismo, no puede ver que, aunque se amarren las manos de la creencia, los latigazos duelen menos cuando se sabe que hay salvación, ni puede ver la realeza que persiste tras una burla de capa y caña.

Quien cree estar ya completo, no puede sentir las piernas ni saber que la verdadera luz de Dios está en la mirada del Ecce-Homo de San Gil, y que, cuando el sentimiento es tan fuerte que se desborda, los rostros se quedan grabados para siempre en la Verónica de Martínez Bueno.

Quien no sabe llevar su propia cruz, no es capaz de comprender que algunas avanzan a paso lento cruzando Jesús el puente de San Antón, ni sabe encontrar el edén en la Soledad de un palio de estrellas.

Quien siempre vive turbado, no sabe avanzar entre turbas como quien navega un océano turbulento de olas tamboreras y mareas de clarines.

Quien no quiere volar, no puede ver las nubes que te levantan de la tierra cuando, como el evangelista, quieres ver al Señor, pero solamente eres capaz de señalarlo.

Quien no tiene el corazón en llamas, no puede encender el fuego en su alma al saber que la Señora de San Agustín pondrá su manto para que no pasemos frío ni estemos solos en el llanto.

Quien no se ha arrodillado nunca ante lo divino, no puede exaltar su propio coraje cuando la Agonía es más acuciante y los ánimos de marfil.

Quien no sabe apreciar la luz, se encuentra siempre con su lanza en el costado, cuando un Cristo devuelve la imagen más nítida de Dios reflejada en los espejos.

Quien no ha querido vestir el negro, no ha visto un Descendimiento subir sobre una paleta de colores de Alfonso VIII, y vive sin círculo cromático por la ausencia de matices.

Quien no ha visto a la Virgen de las Angustias de Cuenca, no ha visto nada. Y no tiene corona ni himno para sustentar la nación, ni es capaz de lograr que sus cruces se desmonten para hacer más fácil la entrada en el reino de los cielos.

Quien no ha rezado a una cruz desnuda, tiene el alma vestida de nada, y quien no ha acudido al sepelio con Cristo Yacente y Nuestra Señora de la Soledad, solo se encuentra con la desazón de que la muerte será el final de todo.

Quien no ha disfrutado de las Tres Marías en su camino a la vigilia, no puede concebir el sueño de una resurrección que se inicia en San Andrés y que, de nuevo, en el reencuentro el año que viene, será Hosanna. Quien no es capaz de saber que la Semana Santa de Cuenca lo es todo, simplemente y sin remedio, no sabe nada de nada.

Sois vosotros conquenses

Hay quien no entiende que la pasión

se desborda cuando está inundada.

Que la herencia es cultura

y la cultura, es sagrada.

Hay quien no entiende

que el banzo es una extensión del alma.

Que es bien de lujo y de primera necesidad

y por eso, se paga.

Hay quien no quiere verlo,

hay quien no entiende nada.

Hay quien no entiende que en la Semana Santa uno se encuentra y se perfecciona, y recorre el camino con otros, que se encuentran y perfeccionan al mismo tiempo. En la gloriosa relación que se construye desde la fraternidad y la fe, hay un vínculo que es tan especial como un primer amor de niñez. Hay cuadrillas a las que une una hermandad, una procesión, un banzo, y en definitiva, una devoción única que no se expresa con palabras.

Hay personas a las que solo ves en un año y que no sabes cómo son en su día a día sin la túnica puesta. Hay personas a las que tienes guardadas en la agenda con la denominación de una hermandad. Y Borja Bautismo, Jorge Esperanza, Miguel Huerto o Diego Borriquilla, son familias de arraigo en la nemotécnica nazarena.

Hay juntas de Churre y de Palace y de Capuz… y de tantas barras donde se han recorrido multitud de procesiones, que podrían desfilar por sí mismas del uno al otro costado. Refugios que vertebran esta ciudad echada a las calles en santos peregrinajes, y también su Semana Santa, que encuentra en los recorridos estaciones donde el público se agolpa a la tenue luz de un trago. Brebajes espirituosos en los que se opina, se comparte y se vive la pasión de trastienda. Mentideros nazarenos que hablan por sí mismos vestidos de túnica y delantal. Donde la Cuaresma dura un año, y la Semana Santa, una eternidad.

Pero, sobre todo, hay personas que son hermanos, y Hermandades que son hogares. Porque quien tiene un amigo tiene un tesoro, y quien participa en la Semana Santa de Cuenca, es absolutamente millonario.

Entonces, como no podía ser de otra manera, a la que hoy es mi compañera de vida la conocí en la Semana Santa. Recuerdo cuando le contaba lo poco que me decía por aquel entonces la Virgen de las Angustias, y hoy me sorprendo, porque desde entonces la Madre no ha dejado de hablarme ni un solo día. Ahora lo veo claro. Ahora lo veo… Clara.

Porque el amor a veces es a primera vista, pero otras tantas, requiere de saber mirar para encontrarnos con que, el que estaba ciego era uno mismo. Y en la Semana Santa como en la vida, lo único que nos queda es haberla disfrutado con los que queremos y nos quieren, e irnos sabiendo que no nos hemos dejado ninguna fuerza en el tintero. Y cuando nos reunamos con Dios, poder decir: “uf, vaya procesioncita”.

Pues, aunque la muerte es solo una calleja de esta procesión que recorremos todos, la Pasión, en Cuenca, es inmortal. Porque el nazareno de Cuenca cuando muere, no muere. Regresa a la tierra con la túnica puesta. Pero nos faltan ya, tantos… Tantos se fueron tan pronto… Que solo su recuerdo duele y aflige. Tantos a los que echar de menos y tantas lágrimas de más… que nombrarlos es inalcanzable y olvidarlos, es imposible.

Si cerráis los ojos… sé que cada uno podéis verlos nítidos y ojalá que en estas palabras los encontréis vestidos de nazareno y de gloria. Con la herida cerrada y el sepulcro abierto. Que cada uno llevéis con orgullo los ropajes que ellos vistieron antaño y que viváis nuestra Semana Santa como ellos viven por siempre en ella. Haced de su ausencia un espejo donde mirarse, y creed con fe que, en la Semana Santa del cielo, Nuestro Padre, ya les ha devuelto a la vida… ya les ha llevado a la luz…

Entre ellos, sentada a la derecha del Padre, mi Carmen. Mi Pobre Carmen. Una marcha con dedicatoria y composición misteriosas que, ¿por qué no?, pudo haber sido dedicada a ti un siglo antes, sabiendo que esas notas sonarían mejor en tu pentagrama. Como hija fuiste extraordinaria, como madre, única e irrepetible. Porque debías tener tanto amor para dar, que te sobraba siempre para seguir repartiéndolo. Porque le diste todo a la Virgen de las Angustias sin dejarte nada por ofrecer a tu marido y tu hija, y todavía te quedó suficiente para echar el resto por los tuyos. Ejemplo de cristiana y sobre todo de persona, que no dejó nada por hacer, y sí mucho por decir. Tu silencio fue de aplauso y mi aplauso hoy, es para ti Carmen Mozo. “Tan bonica… tan buena… tan leal… Ya estás con tu Fernando”.

Y si me viera mi abuelo… Si mi Pepe levantara la cabeza… Estoy seguro de que la agacharía en reconocimiento a lo que se ha construido y reconstruido en la Semana Santa. A Cuenca, la muy noble, leal e impertérrita… Y escribiría nuevas páginas a ese libro que, como su legado, dejó inacabado y a la vez imperfectamente completo. No hay día que no golpee tu piedra en mi ventana para ir a hacer nuestra particular procesión por Cuenca. No hay vez que no vuelva la cabeza en la iglesia de la Virgen de la Luz, para ver de reojo tu cara imprimida sobre la de Jesús del Puente. No hay día que no llore un clarín en la madrugada por tu ausencia.

Gracias a ti Pepe de Julián. Abuelo y modelo a seguir. Y gracias a tantos que vinisteis a contarme y a predicar su palabra para llenar mi alma de su vida y andanzas. José Miguel Carretero, Jesús Córdoba, Pedro Cerrillo… y tantas voces que le recordaron, y que me han hecho sentir más orgulloso si cabe de llevar su apellido, su carácter y su forma de entender Cuenca, la Semana Santa y el mundo que nos rodea.

Os recordamos. A todos y cada uno. Nazarenos de Cuenca que con vosotros os llevasteis la pasión al firmamento. Jamás os olvidamos… Jamás será la Semana Santa tan bella como en vuestro recuerdo…

Semana Santa y gloria. A Dios en el cielo y a los hombres paz cuando besemos la tierra. Aquí nadie muere, aquí nadie desaparece jamás. Y aunque la vida solo dure una tirada, cuando ya no estemos, permaneceremos. Al olvido y al tiempo.

Seremos un cirio encendido a los pies de nuestra Esperanza. Seremos una palma ondeando al infinito, cuando entremos triunfantes en el reino de los cielos a lomos de la Borriquilla. Seremos un paso que vira al balcón de la memoria, recordando que estuvimos. Y seremos un encuentro en la Plaza del Nazareno celestial, con todos aquellos que procesionen con nosotros a cara descubierta. Volveremos a vernos… En esta procesión o en la venidera… Y al reencontrarnos será perfecto el desfile en el paraíso, y la vida será eterna.

Siempre y nunca

Las fuerzas ya desfallecen,

¿podré con otra tirada?

Si no te ves bien te quitas.

Aguantaré. Aunque sea lo último que haga.

Aunque me fallen las piernas,

aunque en el hombro me broten las llagas,

aunque ya cierre los ojos cuando andemos,

aunque se me clave hasta las entrañas.

Te llevaré con lo que me quede.

Con el corazón y hasta con el alma.

Que hoy soy yo tu bancero,

que hoy soy yo tu ángel de la guarda.

Que una vez al año te llevo,

y más de mil tú a mí me descargas.

Seré tus pies, seré tu andar, seré tu paso,

serás mi fuerza, mi consuelo y mi esperanza.

Semana Santa de Cuenca. El milagro de este corazón de España que tanta sangre, sudor y lágrimas ha derramado por ser considerado periferia, aun estando en el centro del mundo.

Procesionad conquenses, procesionad hasta el fin de los tiempos. En estas épocas de celeridad. De relojes raudos y almanaques líquidos. En estas épocas de tradiciones lejanas, diluidas en la innovación, la modernidad y la obsolescencia programada. En estas épocas en que la corrección política nos ha deshumanizado, hasta hacernos más autocensurables y menos libres.

En estas épocas… un pequeño reducto de indomables conquenses, resisten la carga imperialista de un mundo global, que lo conquista y somete todo, menos lo que ya está conquistado y sometido.

Con lo que no contaba el imperio globalizado, es que en Cuenca hay pociones mágicas, y resistencias tan duras, que han soportado la gravedad y el paso del tiempo. Y hay turbas que rezan de la forma más políticamente incorrecta, haciendo de la burla plegaria, y de lo popular, divino. Eso es lo nuestro y es lo que somos y siempre seremos.

Como ese cainismo tan conquense… Esa forma tan nuestra de encontrar dolor en el triunfo y de distinguir perfectamente la paja en ojos ajenos, pero tropezar con la viga que se pone ante los nuestros. Porque somos así… Somos de Cuenca y en ocasiones somos nuestro peor antagonista. Porque a veces somos incapaces de vivir este milagro que es nuestra Semana Santa, reconociendo con fe que existe y que se ha obrado delante de nuestras narices. A veces nos empeñamos en soñar con prodigios que otros hacen, dudando incluso de que lo que hemos visto, es obra divina.

Los del no siempre por respuesta. Los que se empeñan en marcar porcentajes a las valías y al éxito, sin percatarse del tanto por ciento de su fracaso. Los que rezan para que vaya mal al prójimo sin saber que esas súplicas no suben al cielo, sino que retumban bajo la tierra. A los que no les importa la hazaña ni el merecimiento, y se sienten con el privilegio de juzgar y dar sentencia. A los que sientan cátedra en la retaguardia, pero no dan la cara cuando las circunstancias exigen salir a campo abierto.

A todos ellos… aquí estamos… Semana Santa en Cuenca y nunca podréis evitarlo. Semana Santa en Cuenca, a pesar de todo y de todos. Y con todo y con todos, la Semana Santa resiste. A la tiranía de los humanos que han intentado arrasarla y devastarla. A la pobreza, la carestía, y si cabe, la ruptura de dos Cuencas, como dos Españas, enfrentadas y quedando siempre en el medio. A los que quieren poseerla y a los que quieren abandonarla. A la dominación y el yugo, con insubordinación y rebeldía. A la usurpación y la perturbación, con identidad y espíritu patrio.

Mis nacionalistas conquenses enarbolando banderas de pasión y entonando himnos procesionales. Mis chovinistas conquenses apostados en la fe y el convencimiento de que lo que fue, ha de ser, y de que lo que haya de venir, primero habrá de convertirse. Semana Santa en la que todos caben, pero en la que secesiones, rebeliones e insurrecciones, se pagan con exilio y destierro.

Que nadie se atreva a tocar un centímetro de nuestra tierra ni de nuestra pasión. Porque estaremos esperando organizados en guerrillas nazarenas. Si nos acometen por el aire, nos meteremos bajo tierra. A los que quieran tocarnos la Semana Santa, les decimos… ¡Qué vengan!

Vamos a mantener nuestra herencia porque es nuestra, porque es Cuenca. Y a Cuenca nadie la hiere, ni se atreve alguien a robar en su casa. Y el que quiera expoliar sus tierras y sus frutos nazarenos, se encontrará con la tierra quemada. Que no venga nadie a quitárnosla, a dañárnosla, o a amedrentárnosla, porque entonces, actuaremos en defensa propia. Y volveremos a la carga, porque siempre volvemos… Pero… ¿Acaso alguna vez nos fuimos?

Sí que es cierto que los tiempos han cambiado, y la Semana Santa también. Los mecanismos que antes funcionaban, ahora oxidados hacen fallar el sistema. 

Dejad paso a los jóvenes,

abrid las puertas a las nuevas ideas.

Que el futuro ya es hoy y mañana,

será tarde para corregirla y rehacerla.

Que entren en las juntas,

y lo harán en las iglesias.

Que ingresen en la Semana Santa

y la fe se abrirá camino en sus almas despiertas.

Recemos con ahínco

para que la tradición se mantenga.

Saquemos las imágenes a las calles,

y que nuestros pasos nos lleven a la excelencia.

Hagamos ley de lo que heredamos,

y enmiendas con la savia nueva.

Y que sea siempre nazareno el conquense,

y que la Pasión, se transmita a la cantera.

Hoy aquí reunidos,

hagamos una promesa.

Que nunca la dejaremos caer

y que siempre será Semana Santa en nuestra tierra.

Hoy hagamos de la verdad un templo,

y de la devoción bandera.

Para que el compromiso sea vivirla,

y abandonarla, una condena.

Si no es de todos, no será de nadie.

Semana Santa de Cuenca.

Semana Santa en Cuenca como siempre… como nunca

Solo podía ser en esta ciudad, solo podía ser en ti Cuenca.

Siempre tan desocupada pero tan plena de vida.

Siempre limitando tanto la oferta que todos te demandan.

Siempre tan abstracta que en ti se concretan las líneas.

Siempre tan nazarena, siempre tan sobrehumana.

Eres tú nuestra tierra prometida.

Eres tú el maná que nos salva.

Eres Cuenca el jardín de las delicias.

Eres la madre de todas las patrias.

Y ya van los estandartes y se empuñan las horquillas.

Y ya suenan los tambores y se inicia ya la marcha.

Y ya en medio de esta lucha que libran las cofradías.

Hay más paz por la fe del pueblo y son cristianos los que ganan la batalla.

Cuenca, te quiero viva.

Cuenca te quiero con todo el alma.

Cuenca tu jamás serás vencida.

Cuenca yo siempre acudiré a la leva y por ti… me alzaré en armas.

En esta Guerra de los 47 días.

Primero ceniza y al final, carne reconfortada.

Primero trincheras y posiciones vigías.

Después de todo, épica, pasión, frenesí…

Después… ya todo es Semana Santa.

Y yo ya voy acabando, porque esto empieza…

Aquello que nunca termina.

Se inaugura la impaciencia

que clausura 40 días.

Tradición, devoción,

pasión, cultura…

¿qué importa? Es el cociente lo que da el resultado

y el resto lo que suma.

Pese a que ahora todo sea distinto, será igual que siempre. Serán las emociones diferentes, provocadas por las mismas imágenes. Serán otros los momentos, en el discurrir por las mismas calles. Será lo de toda la vida y en cambio, serán nuevas todas las cosas.

Ahí la tenéis conquenses. Salid a por ella. Y a procesionar, que son siete días… Echemos la vista al frente hacia un futuro prometedor que empieza en esta semana. Todos a vivirla, todos a amarla, a respetarla, cuidarla… en estos tiempos y en el resto de los tiempos.

Y aunque la muerte me alcance, pregonaré a los cuatro vientos que solo es el principio, y que las primeras palabras que se pronuncien en el nuevo mundo nazcan de mi garganta en un templo roto, destruido, pero nunca doblegado. De este Auditorio al mundo entero, de Cuenca a Jerusalén y al cielo. Cuando San Andrés haya cerrado, no busquéis Semana Santa en el sepulcro. Creedme, habrá resucitado.

Y es que al final, tan solo nos quedan los principios…  Gloria a Cuenca y al nazareno que vive en sus brazos. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos… Será Semana Santa en Cuenca. Será como siempre. Será… como nunca. Muchas gracias y mucha Semana Santa.

Crónica y galería de fotos del pregón de Juan Ignacio Cantero en este enlace.

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