La Vera Cruz aprovechó los sesenta minutos extra de su nuevo horario para dar más pausa a la introspección en lugar de intentar llegar antes a la meta. Al fin y al cabo, esto es una procesión, no una contrarreloj del Tour de Francia. Sin embargo, al final sí que tuvo que esforzarse en un sprint final hasta San Esteban cuando la lluvia, a la altura de la calle Las Torres, quiso pasar por agua esta velada de recogimiento del Lunes Santo.
La procesión de la Vera Cruz nace en el interior de la Catedral, donde unas dos horas antes los nazarenos ultiman los preparativos y se permiten concesiones a la templanza, que es mandamiento en el Lunes Santo conquense, como las fotografías con su centenaria talla. La contención se activa en el momento de la misa y ya no se abandona hasta el final del desfile.
Antes de ponerse en marcha, algunos hermanos se encargan de los últimos flecos: encender los faroles que iluminan al Cristo y colocar la rosa que recuerda a los hermanos difuntos. Una de ellas es para Jesús Mateo y es su hijo el encargado de depositarla a los pies de la sagrada imagen.
A continuación, el desfile que se realiza en el interior de la Catedral comenzó con un miserere del coro Alonso Lobo. En el templo las horquillas mudas retumban en las paredes para dejar sin palabras a los afortunados que viven el momento. Posteriormente, el Cristo de la Vera Cruz salió a la Plaza Mayor, donde le aguardaba una multitud expectante.
El obispo de Cuenca, José María Yanguas, se encargó de pronunciar la primera palabra: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, unas palabras que, como testamento, tienen obligación de cumplirse.
El obispo comentó con admiración cómo Jesús pide clemencia para los demás mientras le maltratan con saña por unos pecados que no son suyos. En su opinión son unas palabras “que maravillan y desconciertan” y se preguntó si, cuando pecamos, tampoco sabemos lo que hacemos.
Después el paso de la Vera Cruz cruzó la Plaza Mayor con solemnidad, caminando ante una multitud callada. Al ver la escalofriante imagen del Crucificado, el viento susurra un verso de Borges: La calavera, el corazón secreto, los corazones de sangre que no vemos.
En la anteplaza tiene lugar la Segunda Palabra: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Su predicador, el hermano Mario Valverde, alabó cómo Jesús no rehúye a la muerte, que será absorbida en la victoria y se fijó también en la actitud del buen ladrón al que crucifican a su lado, “que no pide cuentas a Dios y reconoce sus pecados”.
Con parsimonia, siguiendo la pista de la campana del reo, la procesión de la Vera Cruz hizo escala en Zapaterías donde, tuvo un recuerdo para el sacerdote Fernando León Cordente al entregar una rosa a su sobrino.
En San Felipe tuvo lugar la tercera palabra, Su predicador, Fernando Díaz Miranzos, apuntó que estas palabras de amor y entrega le hacen pensar en aquellas mujeres que, como María, “son un ejemplo de valentía silenciosa”; mujeres que “no huyen ni se esconden. Permanecen, porque el amor verdadero no retrocede ante el sufrimiento”.
Tras cumplir con la maniobra de embocar la calle de El Peso, los banceros llevaron a la imagen a San Andrés, estación de la cuarta palabra: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” En su reflexión, Celia Casanova observa en su reflexión que, en este momento de debilidad, Jesús se hizo más humano, pero a su vez rogó al Señor: no podemos acabar así, no hay que terminar, una vez más, con tanta ilusión frustrada, una historia que, como tantas, no tiene un final feliz porque si bien eres el Dios del Abandono, también eres el Dios de la Esperanza y a ella debemos aferrarnos para alcanzar esa seguridad que tanta veces nos falta, para sonreír cuando el pesimismo nos cerca y el derrotismo nos ahoga.”
Esta hermandad en la que, por primera vez este año, los más pequeños pueden desfilar sin capuz, confirmó su apuesta por los jóvenes con el quinto predicador, Julio María Checa, en iglesia de El Salvador.
Precisamente, una parte del discurso del predicador fue para reivindicar lo que la juventud puede aportar: : “En este lunes de dolor, tienes especialmente sed de nosotros, jóvenes que deseamos aportar felicidad al mundo y, a menudo, caminamos sin candil en medio de la noche. Ayúdanos, Señor, a tantos jóvenes que también tenemos sed de ti”.
La comitiva completó su descenso y antes de la penúltima estación, a orillas del Huécar, la Vera Cruz entregó otra flor a la familia de otro ilustre hermano fallecido: Rafael Ladrón de Guevara. Ya en las Concepcionistas, Clara Urango pronunció la sexta palabra, ‘Todo está cumplido’ y con ellas nos anima a cumplir ahora nuestra parte y hacer un poco más.
“No olvidamos tu sufrimiento ni permitimos que tu Pasión sea en balde. Hagamos por ser mejores y por construir en tu nombre un mundo mejor en el que nosotros trabajemos día a día porque la paz reine sobre la guerra, el amor desplace al odio a un lado, la esperanza gobierne sobre el desconsuelo, y la fraternidad sea con los nuestros, pero también con los ajenos”, reflexionó Urango.
Tras esta penúltima estación, la lluvia hizo acto de presencia y la hermandad aceleró el paso y llegó a tiempo para protegerse de la lluvia y escuchar en el interior de San Esteban la última palabra, “En tus manos encomiendo mi espíritu”.
Como es habitual, el vicario cerró la procesión defendiendo que “para el que contempla a Jesús muriendo, morir no es trágico; no es saltar al vacío ni entrar en una noche sin fin”, porque los hombres creemos que perdemos la vida, “y lo que ocurre en realidad es que ponemos la cabeza en su sitio”.
El Lunes Santo se despidió con un último miserere. Los nazarenos regresaron a sus casas fatigados y alguno con la túnica mojada, pero con el espíritu a rebosar de silencios y palabras, que son hermanos que pueden convivir si sabemos distribuir sus espacios.






















































































































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