La Semana Santa de Cuenca pudo despreocuparse al fin de los radares meteorológicos para celebrar una procesión de Paz y Caridad de Cuenca cargada de emociones y tan luminosa como en las mejores citas de Jueves Santo, un drama que siempre tuvo color, incluso en los tiempos del blanco y negro.
El sol. El Júcar. Los conquenses. Los forasteros. Los mayores y los pequeños. Los músicos y los nazarenos… Todo el mundo, menos los nubarrones gruñones, estaba invitado a la fiesta del Jueves Santo, celebrada en un oasis climatológico dentro de esta Semana Santa atenazada por las borrascas.
A las cuatro y media de la tarde comenzaba la procesión de Paz y Caridad de Cuenca, en un barrio de San Antón abarrotado para ver la salida del Cristillo, pequeño timonel de la Archicofradía que organiza el desfile.
3- El Huerto de San Antón, cuyas tallas de Jesús y el ángel lucían restauradas tras pasar por las expertas manos de Mar Brox, era el segundo de los pasos que comenzaba su andadura. Avanzaba tras un guion de luto por Pedro Antonio Ruiz Abarca y Marisa Aguilar, profundamente añorados en este día por sus hermanos del Jueves Santo. Su familia.
La siguiente salida es la del Amarrado, acompañado en su subida a la plaza por la Agrupación Musical Iniestense, que alivia con su música la presión de las ligaduras.
Flotando entre capuces color carmín, como oxígeno abriéndose paso entre glóbulos rojos, el siguiente paso en tomar la calle fue Jesús con la Caña.
Y tras él, el Ecce Homo de San Gil, con su rictus dramático que nos recuerda de repente que, tras este collage de color y de música, se está forjando una tragedia.
Comenzaba después la procesión para la Verónica y Jesús del Puente, que al alcanzar el puente de San Antón se sitúan en paralelo para saludar al público congregado en la salida de la procesión.
La comitiva la completaba la Soledad del Puente, recibida al son del himno de España por la Banda de Música de Cuenca, dirigida por Miriam Castellanos. Su largo manto, desplegado sobre la pasarela del Júcar, parecía interminable.
Paz y Caridad recolectó momentos emotivos desde sus primeros compases. En Calderón de la Barca la procesión se acordó de Marisa Aguilar. Su Marisa.
Por su parte, la hermandad de la Soledad del Puente, escoltada por la Guardia Civil, depositó en el monumento al nazareno un ramo de flores para los hermanos fallecidos. El recuerdo afianza los cimientos de la Semana Santa.
Tras su paso por el centro de la ciudad, Paz y Caridad alcanzó la Puerta de Valencia y, tras un baño de melodías y luz junto al Huécar, se adentró en las calles del Casco con la misma curiosidad infantil que el primer día.
Las huellas de la procesión se imprimieron por la plaza de El Salvador y por Solera, donde al paso del Huerto sonó Puntal de Jueves Santo en memoria de Paco Zafra. Y en el Peso, ojo de aguja del recorrido, los banceros transformaron la materia para que las Sagradas Imágenes atravesaran la angosta calle.
Superado este obstáculo, Paz y Caridad se desplegó en toda su extensión en Alfonso VIII cuando el sol comenzaba a retirarse sigilosamente y se abrían paso el viento, la noche y el cansancio.
Sin embargo, a la procesión le esperaba un recibimiento revitalizante en la Plaza Mayor. La pequeña celebración que había comenzado en San Antón se convirtió en festival en el Vaticano. Allí las bandas desplegaron lo mejor de su repertorio, con marchas como Jerusalén, Caridad del Guadalquivir y otros grandes éxitos de la playlist semanasantera.
La entrada de la Virgen de la Soledad coincidió con la llegada de la noche y, con ella, el frío del escalofrío de la tragedia venidera. Como en el poema de Luis Alberto de Cuenca, la oscuridad había dictado, una vez más, su sentencia de muerte contra el día; pero en esta ocasión venía junto a otra condena que se ejecuta, al alba, por los siglos de los siglos.
En su bajada, la procesión de Paz y Caridad todavía tuvo tiempo de recolectar algunos momentos para su memoria, como la interpretación, por parte del Coro del Conservatorio, del himno a la Soledad del Puente, como puesto por el director del Coro de la Capilla de Cuenca, José Antonio Fernández Moreno, a partir de una letra de Anais García.
Era la una de la mañana cuando la procesión se refugiaba en la iglesia de la Virgen de la Luz, cuna de la procesión y de la ciudad mecida con el Júcar. Unos tambores comenzaban a sonar a lo lejos y nos recuerdan que la Paz que ha procesionado este Jueves Santo junto a la Caridad tiene las horas contadas.



































































































































































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