La procesión Camino del Calvario tenía ganas de resarcirse de la suspensión de 2024 y lo hizo saliendo a la calle con muchos estrenos para aportar nuevas formas a un sentimiento que se lleva pegado al cuerpo, como demostraron los nazarenos y turbos que compartieron este desfile. Siempre juntos, cada vez menos revueltos, pero movidos por un amor compartido.
El Salvador es el corazón de Cuenca y su pericardio está hecho de piel curtida, capaz de resistir los repetitivos golpes que le da la vida. Eso explica su atracción por el tambor de turbas, que es un corazón sacado del pecho y colgado del cuello, y por qué ambos laten tan rápido cuando se encuentran en la madrugada del Viernes Santo. Amor es cuando dos corazones o más se desbocan a la vez.
Como de costumbre, la cita tuvo lugar a las 5:30 frente a las puertas de Zapata y el plan era el mismo de cada año: recorrer el Camino del Calvario. Incluso a los turbos más veteranos les costaba contener los nervios, que salían al exterior mediante redobles y clarinás que silbaban sobre las cabezas de los presentes.
Con puntualidad, el turbo de honor llamó a las puertas del templo. El Jesús de las Seis salió como una exhalación, pero no pudo guarecerse del chaparrón sonoro que le cayó encima de repente. Por fortuna, esas fueron las únicas tormentas que tuvieron que aguantar las Sagradas Imágenes.
La Caída por su parte, sí que se detuvo para observar un instante a la muchedumbre que le abronca y acepta el desafío que le lanzan con firmes golpes de horquilla. La Verónica estrena una indumentaria renovada que lleva la firma del modisto conquense Eduardo Ortega. La imagen muestra un sudario bendecido en Roma, durante un viaje que hizo la hermandad en 2023.
La salida de San Juan también fue veloz, pero el evangelista, con nuevo camisón bajo su túnica verde y dorada, tampoco parece temer al pueblo airado que le espera.
Cuando la turba se dispersa, sale a la calle El Encuentro y cierra el cortejo la Soledad de San Agustín, con una nueva aureola adquirida gracias al oro y las aportaciones económicas donadas por los hermanos durante varios años, entre otras novedades, como un medallón que muestra a la Madre amamantando a un niño
Casi sin darnos cuenta, el barrio del Salvador ha pasado de ser un estadio de fútbol a un auditorio de música. La Filarmónica de Villamayor de Santiago toca para la virgen como si no hubiera nadie mirando y la ciudad fuera solo para ellos.
Las revoluciones de la procesión están al mínimo cuando la virgen llega a la herrería. El motete cincelado a golpe de martillo y yunque es un refugio donde muchos espectadores se quedarían a vivir para siempre si les preguntaran en esos momentos.
Sin embargo, las reglas del juego de Camino del Calvario invitan a dar saltos, como si se jugara a la comba, entre la quietud y el alboroto. La turba está por Carretería y a ella se ha sumado por primera vez un grupo de personas con discapacidad visual de la ONCE que han descubierto cómo es el clamor entre tinieblas. Un poco antes, a la altura del Auditorio, la Junta de Cofradías ha narrado para ellos un fragmento de procesión.
Carretería es precisamente el banco de operaciones de Las Turbas. La principal arteria de la ciudad es, paradójicamente, uno de los escenarios más tranquilos de Camino del Calvario y, por tanto, lugar de iniciación para la cantera del clarín y tambor.
La tensión sube a partir del puente de la Trinidad, cuando los clarines reciben al Nazareno que se dispone a transitar por el corredor de la muerte más bello de la cristiandad. Los pasos del Jesús se desplazaban con la frente erguida Como Rocky Balboa, hay que soportar sin dejar de avanzar. Así es como se gana. Lo sabe también San Juan, que se divierte durante la ruta con sus amigos de la banda de Horcajo.
En la Plaza Mayor todo el mundo esperaba a la comitiva, en la que hay mucha distancia entre pasos, para aliviar su castigo con admiración. Los tambores se esfuerzan por conquistar los pocos huecos que quedan libres en esta estación del Camino del Calvario.
En cambio, el silencio ahogaba hasta al más tímido murmullo cuando El Encuentro y la Soledad de San Agustín cruzan los arcos. Lo interrumpe una marcha procesional dedicada a la Madre que tiene vocación de vals.
Tras una breve pausa, la procesión inició un descenso ágil por una calle Alfonso VIII con los balcones repletos. En la bajada, la imagen del Jesús se gira en honor a sus hermanos mayores en señal de respeto.
La cabecera de la procesión se movía mediante la fricción de las turbas con la hermandad del Jesús. Sin embargo, con la llegada a San Felipe Neri se declara un alto al fuego que acalla los vituperios hasta que el Coro del Conservatorio entona el último verso del miserere.
“Vamos a lucirnos”, ordena el capataz de banceros a los suyos antes de entrar en el Peso. Los portadores cumplieron la misión y flanquearon la estrecha calle que lleva al camino a casa.
A estas alturas de la procesión los pasos, si tenían algún miedo, ya se lo habían dejado por el Camino. Las imágenes de Jesús y San Juan hacen rabiar a una turba que, en realidad, ahora ya toca con más admiración que aversión. Con la entrada del Encuentro y la Madre, la furia ya se había extinguido en El Salvador. En el silencio recordamos que, aunque se ha complicado un poquito, este era un paseo de enamorados. Para unos un amor eterno, para otros de un día hasta el año que viene. No importa mientras vibre el pericardio de piel curtida.
































































































































































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