Semana Santa

Cuenca se viste de luto en la procesión del Santo Entierro

Cae la noche en Cuenca, y el sonido de las trompetas de la procesión del Santo Entierro anuncian la muerte de Cristo. El mismo que veíamos hacía unas horas en los brazos de su madre, ahora se encuentra en el sepulcro. Su madre, desolada, incrédula, contempla la cruz desnuda, en la que antes permanecía su hijo, y en la que ahora, tan solo intenta buscar consuelo.

Las puertas de la catedral se abren, ante una plaza mayor llena, que acude al entierro de su señor, al consuelo de María.

Sale el estandarte de La Venerable Hermandad de Jesús Entrando en Jerusalén, detrás de él, le siguen el resto de hermandades, que esta noche, acompañan a cristo en su entierro.

La banda de trompetas y tambores de la Junta de Cofradías abre paso a esta comitiva, merciéndose al compás que marcan los tambores. Detrás de ellos, todos los estandartes, que aportan un poco de luz dentro de la oscuridad.

Sale la cruz desnuda, firme, silenciosa, solo se escucha el sonido de las horquillas al chocar contra el suelo.

Detrás de ella, el Cristo Yacente, sale de la Catedral con el Himno de España, custodiado por los Caballeros del Santo Sepulcro, para iniciar el descenso hacia San Felipe Neri.

Nuestra Señora de la Soledad y La Cruz, triste y serena, acompañada de las Manolas, sigue al sepulcro de su hijo hasta llegar a la Iglesia de San Felipe. Donde todos los pasos reciben el miserere.

En esta noche el tiempo quiso seguir manteniendo su tregua, pero no durante todo el recorrido, por ello, y como pasó en la procesión de “En el Calvario”, las Hermandades que componen la procesión del Santo Entierro, junto con el presidente de la Junta de Cofradías, decidieron optar por el camino corto.

Las imágenes no descendieron por las curvas de la Audiencia, lo hicieron por la calle del peso. A la altura de la Iglesia de San Andrés, el Coro de Alonso Lobo, esperaba a las Sagradas Imágenes.

Al paso del Yacente, uno de los hermanos mayores que acompañaban al sepulcro les entrego un ramo de rosas a las viudas de Rafael Luis Ladrón de Guevara Cañas y de Mario Jiménez Patón, ambos fueron miembros de la Junta de Diputación.

El Yacente cerró en San Andrés y la Congregación tomó las curvas de la calle del peso para llegar hasta la Iglesia del Salvador, donde finalmente madre e hijo pudieron encontrarse de nuevo.

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