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Crónica de la vida en la Cuenca apagada

Eran las cuatro de la tarde, el apagón había comenzado hace más de tres horas, pero en las puertas del Conservatorio de Música de Cuenca había algunos padres que habían llevado a sus hijos a las clases, confiados en que el corte de suministro eléctrico fuera mucho más breve de lo que finalmente ha sido.

Sin luz en el centro, algunos profesores informaban en la puerta de la situación. “¿Va a haber clase, Óscar? Si no hay tampoco pasa nada”, le decía una pequeña alumna a uno de sus docentes de música, que finalmente se quedarían sin poder retomar su actividad en esta insólita jornada.

Antes de las cinco de la tarde es habitual que en Cuenca la mayor parte del comercio esté cerrado. Sin embargo, contra pronóstico, algunos de estos establecimientos que habitualmente no están abiertos a esas horas atendían a clientes. El motivo estaba en que, ante la falta de electricidad, no funcionaba el cierre automático de las persianas.

De esta forma, en algunas tiendas donde había que cerrar manualmente apuraban el tiempo para no tener que hacer el esfuerzo dos veces. Otras, en cambio, tuvieron que recurrir a cerrajeros para poder irse a casa con tranquilidad. En algunos casos, los trabajadores esperaban en la puerta noticias de sus franquicias para saber qué decisión tomar.

La práctica totalidad de los restaurantes perdió el día por el apagón y la mayoría de bares también decidió no abrir sus puertas, aunque algunos hicieron trataron de atender sus terrazas como pudieron. Tomar un café era difícil, pero el frío que conservaban las propias neveras permitía tomar un refresco o una cerveza todavía fresquita en esta calurosa tarde de abril.

Por su parte, las heladerías de Carretería, para no perder su género, tuvieron que recurrir a grupos electrógenos que contribuyeron a reducir los daños del apagón.

Hubo comercios cerraron desde el mismo momento en el que se fue la luz, algunos incluso pensando que la avería era únicamente en su negocio. Resistieron fruterías y tiendas de comestibles y entre los más osados intentaron trabajar alguna floristería y una tienda de ropa, donde una señora curioseaba entre los modelos prácticamente a oscuras.

Los bazares eran otros establecimientos que funcionaron a pleno rendimiento en esta jornada de apagón. En estas tiendas la gente buscaba productos como cargadores portátiles de móviles, velas y radios a pilas que permitieran seguir la información sobre este acontecimiento ante los problemas que dio durante todo el día la telefonía móvil, lo que hacía complicado consultar los medios de comunicación online.

Ese fue el caso de este propio periódico, que además de sufrir los problemas de red, se encontró después con una caída de los servidores que retrasó todavía más el regreso de la web.

La mayoría de los supermercados tuvieron que cerrar sus puertas durante toda la tarde, en algunos casos tras recurrir a un profesional que les ayudara hacerlo. Una de las excepciones fue Mercadona, que pudo atender a sus clientes gracias a su sistema alimentado con gasoil. El pan y los embutidos se encontraban entre los productos que más rápidamente volaron de las estanterías, aunque en líneas generales la clientela hacía compras racionales y no se dejaba llevar por el pánico ante un posible desabastecimiento.

Respecto al tráfico, los agentes de movilidad se encargaron de la vigilancia en los cruces más conflictivos, como Cuatro Caminos, ante la ausencia de semáforos. En otros puntos si control, los peatones tenían que aguardar a que algún vehículo generoso frenara para poder cruzar la calle.

La recomendación de no sacar el coche contribuyó a que hubiera menos problemas de circulación, pero también el hecho de que muchos conquenses ni siquiera podían sacarlo de su garaje por ser la persiana eléctrica.

Al contrario que en la pandemia, que vacío las calles, el apagón tuvo el efecto contrario. Sin aparatos eléctricos en casa, Carretería comenzó a llenarse de gente en busca de entretenimiento. En las terrazas y en las puertas de las tiendas, los conquenses hacían sus cábalas sobre las causas de este extraño fenómeno y repasaban las series y películas de apocalipsis que empezaban con escenas como las que estaban viviendo en directo.

Cuando cayó la noche, la gente regresó a sus hogares para preparar una cena en muchos casos fría. En la total oscuridad, las estrellas brillaron como nunca hasta que a las 00:30 horas se iluminaron las farolas y las casas donde se habían dejado bombillas encendidas para saber el momento exacto en el que se hacía la luz.

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