La pianista vasca Judith Jáuregui protagonizará el 5 de diciembre en la iglesia de San Andrés uno de los conciertos del Ciclo de Adviento organizado por la Semana de Música Religiosa de Cuenca para reencontrarse con su público. En esta entrevista hablar de la música y del concepto de lo sublime a partir del cual han diseñado el programa que presenta en Cuenca.
¿Conocías la Semana de Música Religiosa de Cuenca?
Por supuesto que la conocía, es uno de los festivales con más historia, más solera y más reconocidos de España.
A veces os lo tenemos que preguntar a los de fuera para que nos digáis su relevancia.
Pues sí, es un festival que siempre ha tenido una programación muy interesante. Ha tenido 59 ediciones, es uno de los festivales históricos.
¿Has tenido la oportunidad de venir anteriormente?
Va a ser la primera vez que toco en Cuenca dentro del festival. Sí que estuve hace unos años, en el Auditorio.
¿Qué tal aquella experiencia?
Muy bien, la ciudad que tenéis es preciosa y la recuerdo con muchísimo cariño. Tengo ganas de llegar al festival y más en este ciclo nuevo en el adviento, que es un tiempo muy especial.
¿Qué supone formar parte de este ciclo que es un primer reencuentro de la Semana de Música Religiosa de Cuenca? ¿Presión añadida?
¡Presión, no, ilusión! El encuentro con el público es una ilusión, es cuando la música se puede compartir y llegar al fin para el que está hecha.
“Me gustaría que ese público que no se atreve a venir porque cree que no entiende de clásica se diera una oportunidad”
¿Es más exigente el público de la clásica que, por ejemplo, el del rock?
Yo diría que el público es variado. Estamos en un momento de incertidumbre total, porque la pandemia sigue existiendo, por mucho que estemos ya casi en la normalidad. Hay gente que todavía no se atreve a venir y hay otros que, en los últimos tiempos, han podido descubrir la clásica. No te puedo decir cómo es el público, pero sí que me gustaría que ese público que no se atreve a venir, no por la pandemia sino porque igual piensa que no entiende de clásica o que le queda lejos, se diera una oportunidad, sin buscar nada más que la emoción, la música le va a llevar sola. Hay mucho estigma con que hay que entender la clásica. La clásica no hay que entenderla, muchos compositores han dicho mucho sobre esto. Estos días he estado trabajando Manuel de Falla y él también decía que la música nunca irá de entender, irá de emocionarse y de sentir. Como es la cultura, la cultura no va de saber, va de experimentar.
Buena oportunidad también porque es un ciclo con precios bastante asequibles.
¡Y los lugares! Yo voy a tocar en la iglesia de San Andrés y creo que mis compañeros tocan en otros lugares emblemáticos de vuestra ciudad.
¿Se enfoca cada concierto de una manera diferente en función del escenario? ¿Cambia mucho tocar en una iglesia de tocar en un auditorio o al aire libre?
A nivel acústico cambia. Lo normal es que un auditorio tenga unas propiedades acústicas óptimas. Y hay iglesias cuya acústica supera a la de los auditorios. Y hay otras en las que si que tienen reverberación, pero en las que se crea una magia muy especial. El aire libre todo lo absorbe, así que acústicamente es más difícil, pero cuando tocas en medio de la naturaleza es una experiencia de los sentidos. Todo escenario tiene su magia y su distintivo.
Y hasta que no estás allí no sabes lo que te espera.
Eso es. Aunque a nivel acústico sea diferente y a veces un lugar subóptimo puede lograr emocionalmente superar esa barrera acústica. Por la cercanía, la espiritualidad del lugar, por muchas cosas de intuición.
“Uno tiene que estar preparado para emociones fuertes en la música”
¿La espiritualidad empapa al intérprete?
Claro. La música es espiritualidad, porque la espiritualidad es la esencia humana. En una obra vas por todos los recovecos de la emoción. Uno tiene estar preparado para emociones fuertes en la música. El programa que llevo a Cuenca, que es precioso, comienza con un Brahms muy intenso, pero a la vez muy íntimo, muy desnudo. Es el último Brahms, obra de madurez, que termina con uno de los temas del Dies Irae, que es el tema del fin de la vida. Después vamos a Chopin, a la explosión de la primera balada, pero por mucha explosión y dramatismo que hay en Chopin, siempre habrá también poesía. Va a haber momentos de recuerdo, de evocación. Después nos vamos a Mompou, que es como un encuentro con uno mismo. Mompou es la pureza, son las melodías sin nada de artificio, donde los silencios son tan importantes con la música. Y terminamos con Grieg, la única sonata que escribió, con 22 años, muy virtuosa y temperamental, pero que tiene también esa mitología del norte de Europa y las montañas. la espiritualidad lo inunda todo, porque tenemos un viaje enorme emociones y de humanidad.
¿El programa lo has diseñado tú o llega propuesto por la dirección?
Daniel Broncano me llamó para que intentáramos crear esto. Él pensaba en lo sublime, en la belleza de los sublime, y hablando al final vimos que este programa era eso. Lo sublime es la belleza que emociona por su pureza. Estas obras tienen eso.
¿Conocías a Broncano de antes? El Ciclo de Adviento también será su debut en la Semana de Música Religiosa.
Conozco a Daniel de otro festival y le deseo muchísima suerte en Cuenca. Es una persona con muchísimas ideas y con muchísima energía positiva. Espero que disfrutéis mucho de él en Cuenca, no tengo duda, porque ya está creando algo especial con este Ciclo de Adviento.
¿Cómo defines lo sublime?
Yo lo definiría como ese valor eterno de la belleza, la belleza desnuda, la emoción que trasciende, que todo lo inunda
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Comentabas que en la pandemia que quizás hay gente que ha desempolvado discos de música clásica que tenía en la estantería. ¿Es posible que haya gente que descubriera la música clásica en el confinamiento?
Sí, igual que hemos descubierto otras muchas cosas. Ha habido tiempo para probar. Muchas veces me han preguntado durante la pandemia si esto nos iba a hacer mejores. Yo no podía llegar a esa conclusión porque era, en mi opinión, una conclusión demasiado fácil. Pero sí que fue un tiempo de posibilidad de mayor conciencia. En ese tiempo estoy segura de que habrá gente que haya descubierto autores, música, libros y ejercicios de meditación para encontrarte con uno mismo, porque necesitábamos ese refugio.
¿Personalmente, cómo lo llevaste?
Yo lo llevé bien, porque afortunadamente tuve esa luz y los míos también lo tuvieron. A pesar de que muchas cosas fallaran, de que todo se cayeran, personalmente lo lleve bien. Ahora, cuando eres una persona sensible, sufres con el sufrimiento ajeno y veo en mi alrededor que nos ha quedado un poso. Te diría que la salida de la pandemia para mí no está siendo fácil. Siento que hay una agresividad. ¿Tú no lo sientes? Es como que se ha perdido tiempo y hay que recuperarlo.
Que tenemos que ir con prisa…
Ir con prisa y hacerlo todo. Cuando veo en la calle un grupo grande todavía lo tengo en la cabeza, así que un poso nos ha quedado.
“Creo firmemente que el concierto no solo lo doy yo, el público es parte activa”
El piano te acompañaría mucho y, además, te ayudaría a mantener una rutina, por todo el tiempo que hay que practicar.
La suerte que tengo es que el instrumento lo tenía en casa y para mí eso es hacer música, estudiar día a día. El concierto es poder compartir, y creo firmemente que el concierto no solo lo doy yo, que el público es parte activa de un concierto. Pero donde trabajo mi parte es estudiando, donde puedo crecer como artista y seguir aprendiendo el resto de mi vida. Esta carrera no termina nunca, no hay final de aprendizaje.
¿Te dedicas también a la formación?
Me he metido ahora un poco. Era algo que le tenía bastante miedo, porque no me sentía capaz de enseñar. En mi carácter no va tanto el enseñar como el compartir. No había llegado el momento. Ahora lo estoy descubriendo y estoy disfrutando mucho.
¿Qué dudas tenías? ¿Quizás de no ser dura?
No, de no haberlo hecho nunca. Creo que no había llegado el momento ni la oportunidad. Y tenía un poco de miedo de qué puedo aportar. Pero hay que quitarse siempre el ego y, más que pensar qué puedo aportar, voy a ver qué puedo aprender. Esto va de intentar ayudarles y ver el camino juntos. Prefiero ese tipo de vivencia que es convivir, más que enseñar.
¿Es un estereotipo esa imagen del profesor de piano que exige muchísimo?
Cada instrumento tiene lo suyo, es muy interesante la psicología de los instrumentos.
¿Qué tal vas de cantidad de trabajo desde la reapertura?
Desde el verano de 2020, cuando España abrió, yo he tenido la suerte de poder trabajar aquí, porque resto del mundo estaba cerrado. Y, conforme han ido abriendo otros países, he podido volver a viajar. He estado tocando en Francia y en Colombia y en esta temporada hay ciudades, orquestas y conciertos de cámara que me despiertan gran ilusión. En España en diferentes sitios, en Francia, Bélgica, Suiza, Italia… Estoy agradecida e ilusionada por la temporada.
El avión no te da miedo…
¡Te voy a confesar que me da pánico! Odio volar, pero es algo por lo que tengo que pasar, es una penitencia.
¿Hay algún sitio que te haya marcado especialmente?
Esa pregunta me la hacen mucho y me cuesta responder. No es solo un sitio, hay momentos, repertorios. A mí Mompou me ha marcado mucho, desde niña. Schumann también me ha marcado, empecé a leer piano con la música de Schumann y es lo primero que toqué. Cada vez que toco Schumann es como que me siento en casa. Debussy, la música francesa, por todo lo que me recuerda a mis raíces. Yo nací en San Sebastián y mi padre nació en México, pero se crio en Francia y pasábamos muchas tardes de verano al otro lado de la frontera. Todo lo que tiene que ver con esa estética francesa, Debussy, Ravel, Satie, me lleva a aroma paternal. Después tuve una influencia enorme de mi maestro Sujánov, en Munich, con el que trabajé mucho Scriabin. Hay autores, obras, que representan mucho para mí.
Fotos de la entrevista: Michal Novak