Es agradable comprobar que las huellas del Camino del Calvario todavía están marcadas en la tierra. Ni la lluvia ni la enfermedad han borrado las señales que indican el camino de regreso a la madrugada del Viernes Santo. Las hermandades estuvieron a la altura y firmaron una magnífica procesión para resarcirse de tres años consecutivos sin cumplir con el rito.
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Bob Dylan llama a las Puertas del Cielo y Cuenca a las de Zapata. El turbo de honor es uno de los encargados de informar con unos golpes de que ya son las cinco y media de la mañana. Puntual salió Sale Jesús Nazareno de El Salvador. El estruendo que lo recibió era en realidad un Caballo de Troya relleno de respeto y cariño.
A continuación salió La Caída, balanceándose a las puertas del templo para empaparse del aire fresco de la madrugada conquense que tanto ha echado de menos. Y detrás apareció
San Juan, vigoroso en su primer encuentro con la turba alborotada. Por primera vez hay una mujer bajo el banzo del evangelista. Con el acompañamiento musical de la de Horcajo, que toca la marcha de San Juan para abrir boca, los banceros comienzan a componer una obra maestra con la suela de sus zapatos.
El cortejo lo cerraban los pasos de hermandad de Nuestra Señora de la Soledad de San Agustín. Setenta y cinco años cumple en esta procesión la talla creada por Federico Coullaut-Valera y los banceros llevan en su brazo un distintivo de esta conmemoración. Con la Madres desfilaba la Juvenil Filarmónica de Villamayor, de regreso a la Semana Santa de Cuenca.
Con los pasos en la calle, tras una salida muy limpia, la turba se dispersó para dejar que la procesión se pusiera íntima. En la herrería Alonso de Ojeda se forjó un hechizo con martillo y yunque gracias a una aleación del sonido metálico fundido con las voces del motete a la Virgen.
Durante el camino hubo homenajes a hermanos fallecidos. La Soledad se acordó de su camarera Gloria Fernández y de los familiares de su capataz al paso de la procesión por la Diputación.
La procesión se puso familiar en Carretería, autoescuela donde los más pequeños reciben clases para sacarse el carné de turbo”
La procesión se puso familiar en Carretería, autoescuela donde los más pequeños reciben clases para sacarse el carné de turbo. La cantera ensayaba con su clarín y tambor mientras los mayores confirmaban que no han perdido práctica con los palillos.
Las turbas se reagruparon en la Trinidad para comenzar la subida por la Jerusalén esculpida en piedra íbera, como la definió Enrique Domínguez Millán. Antes de la subida el Nazreno se llevó una gran Clariná a su paso por delante de los turbos de acero del herrero de San Antón.
El público es numeroso desde San Juan a Alfonso VIII y los pasos iban flotando durante su ascenso por el Casco Antiguo. No necesitan mucha motivación los banceros para cargarse con su fe al hombro, pero era evidente que habían llegado a la cita con las pilas bien cargadas.
El cortejo llegó a la Plaza y bajo los arcos del Ayuntamiento estalló el dique que contenía la emoción acumulada durante estos años. Es una llegada histórica y los saben algunos turbos y nazarenos que no pueden reprimir las lágrimas.
Ya de bajada, los turbos pelean cada centímetro necesario para poder tocar sus instrumentos de burla. Otros se resignan a dejarse arrastrar por la ola de cuerpos que empujan hacia abajo. Apenas había oportunidades de girarse para abroncar al Nazareno que atravesaba las calles multicolor de Alfonso VIII.
La marabunta hizo su escala habitual en San Felipe. Allí el clamor que parecía infinito se disipó en un instante cuando el Nazareno se gira hacia el templo y el Coro entona el Miserere. Los tambores volvieron como una avalancha antes de que finalizara el salmo. El resto de imágenes también escucharon su oración ante un público embelesado.
Los banceros del Jesús llevan en volandas a la imagen a su paso por Solera y, antes de llegar a puerto, se acordaron del hermano Edu Zafra.. En El Salvador le esperaban los turbos para la más ensordecedora de las burlas. Su respuesta fue bailar con el descaro del que no le tiene miedo a nada.
Uno a uno, los pasos entraron en el templo. El bullicio con el que se marchan las hermandades del Jesús y San Juan contrasta con el honesto respeto a la Virgen. Compasión por la Madre que sabe el destino de su hijo ya está escrito. Con ella se ponía punto y final a una procesión que quería ser histórica. Dicho y Hecho.