El Sábado Santo en Cuenca está plagado de dualidades, de elementos que se complementan o se contradicen por parejas. Empezando por los colores: en la procesión del Duelo visten con túnica blanca. Es cierto que, en algunos países asiáticos, como Japón, el blanco es el color del luto. Pero, seguramente, este no es el motivo. Tras encomendarse a la Virgen, que solo tiene pensamientos para su difunto hijo, la procesión sale a la calle. Anunciada por un ruido que saca de su mente a todo aquel que lo oye.
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Otra dualidad de esta procesión es la juventud. Resulta irónico que la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores y las Santas Marías, con solo siete años desde su formación canónica y tres desfiles a sus espaldas, tenga hermanos más jóvenes que ella.
Lo más llamativo del Duelo conquense son su carraca (en el centro) y sus matracas (una a cada lado). Un sonido que avisa a los asistentes de que deben guardar silencio y de que es momento de mostrar respeto por las tres mujeres que van a velar al difunto. Un sonido que, paradójicamente, se complementa a la perfección con la música de la Asociación Musical Alfonso Octavas. No hay carracas que interrumpan las marchas procesionales.
Como si de San Pedro se tratase, una triple negación ocurre en San Felipe: ni se canta a la bajada, porque no se baja, ni se canta el Miserere. Y tampoco el Stábat Mater, que sería lo propio cuando la Virgen María es la imagen titular de una Hermandad. Esta vez el Coro del Conservatorio canta una pieza dedicada a María Magdalena.
Conforme anochece, las velas se van consumiendo, apagando cada vez más el blanco de las túnicas y dando más sentido al negro de los capuces. Al fin y al cabo, Cuenca está de luto. Pero la Madre, la Magdalena y María Salomé no están solas en su pesar. Una Plaza Mayor abarrotada las acompaña hasta el final de su camino.
En la Catedral las recibe sonriente su Capellán Mayor, Miguel Ángel Albares. Juntas, las tres Marías pasan al templo, oscuro como el sepulcro en el que supuestamente está Jesús. Pero a lo mejor la sonrisa del capellán y el blanco de las túnicas tiene sentido. A lo mejor, la última contradicción de esta procesión es que no debe haber tristeza, sino esperanza. A lo mejor, tras la Vigilia Pascual que sucede a la estación de penitencia, el sepulcro está vacío.
FOTOGRAFÍAS: ÁLVARO FERRERO
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