La lluvia ha sido tan cruel con la Semana Santa de Cuenca que la ha castigado en el Sábado Santo a un duelo confinado entre las paredes de la Iglesia de San Esteban.
Las Santas Marías no han podido salir este Sábado Santo de la iglesia de San Esteban. No está teniendo fortuna la hermandad más joven de Cuenca, que solamente ha podido desfilar tres veces desde su instauración en 2018. El consiliario de la hermandad, Ildefonso Martínez, trataba de encontrar palabras de ánimo para los nazarenos en esta semana de tormentas y tormento.
El secretario de las Santas Marías, Pablo Muñoz, se ha dirigido a los suyos con resignación, pero también con el convencimiento de que la hermandad, pese a los contratiempos, está consolidada con sus 750 hermanos.
Ante la imposibilidad de salir a la calle, se ha celebrado en San Esteban la ofrenda floral que las Santas Marías tenían previsto hacer al Resucitado a las puertas de la iglesia de San Andrés. El secretario de la hermandad del Domingo de Resurrección, Javier Caruda, ha recibido las flores de este nuevo rito que se ha preparado para el Sábado Santo.
Este sencillo acto pensado para paliar la ausencia de la procesión ha contado con el acompañamiento de la Agrupación Musical Alfonso Octavos, que ha interpretado tres marchas de su repertorio: Stabant justa crucem de José Antonio Esteban Usano, Las Tres Marías, de Sergio Bascuñana y Sábado de duelo, de Óscar Contreras.
La pena es generalizada en San Esteban, pero hay una mujer a la que los hermanos y hermanas del Sábado Santo buscan especialmente para darle consuelo: María Rodríguez, la primera capataz de banceros de la historia de las procesiones de Cuenca. Su familia y amigos la han arropado y, ella, con entereza, a cumplido con su misión de dirigir las maniobras del paso en el interior del templo.
Y es que al final, Nuestra Señora de la Soledad y las Santas Marías ha querido mirar cara a cara a la impertinente lluvia, se ha asomado a las puertas de San Esteban y ha compartido su duelo con los nazarenos que, esta Semana Santa, más que nunca, buscan un espejo en el que mirarse.
Después la imagen ha vuelto al interior de la iglesia y los banceros, al mando de María Rodríguez, la han llevado hasta el altar, donde ha recibido la veneración de los conquenses que tratan con mimo a una procesión que, como los niños pequeños, llora con las caídas de los primeros pasos, pero cada año está más grande.