Nunca sabes cuándo puede llegar el concierto de tu vida, porque hay tantos factores que pueden afectarte, desde internos como las expectativas y tu ánimo como externos, como tormentas y problemas de sonido, que es difícil encontrar la fórmula perfecta, pero las probabilidades aumentan si lo que tienes en tu cartera digital es una entrada de Robe Iniesta. Hoy son cinco mil las almas conquenses con resaca emocional por el viaje de tres horas que les dio el de Plasencia en el estadio de La Fuensanta y el Ayuntamiento, cuando terminen las fiestas, debería guardar algún fragmento del césped malherido para mostrarlo en un museo y explicar a los visitantes que, sobre este trocito de verde, se hizo historia.
Robe había dejado el listón alto hace dos años, lo que contribuyó la asistencia al estado municipal en esta tercera velada musical de San Julián. Ayuda también que cada día hay más gente que ha comprendido que asistir a un concierto del extremeño es ir a ver a una leyenda viva, al mejor compositor de rock español que se ha visto. Quizás hoy todavía suena exagerado, pero no queda mucho para que en este país hablemos de Robe Iniesta con la misma admiración que en el mundo se habla de Bob Dylan.
Como es habitual, el concierto se dividió en dos partes. En la primera intercaló las canciones de su último disco con temas clásicos de su repertorio. Se nos lleva el aire es un trabajo en el que se perciben trazas del sonido Extremoduro y eso ha hecho que sus letras hayan entrado muy bien en sus incondicionales, que se dejaban la garganta en los temas nuevos y viejos. El sonido de La Fuensanta, impecable, jugó a favor de la banda de Robe, que ejecuta a la perfección composiciones en la que hay violines que echan pulsos a la guitarra, pianos que son escaleras al cielo, coros de heavy metal que unas veces desgarran y otra purifican y versos encadenados que, como la purpurina, se te quedan en la piel y no hay manera de despegarlos.
Esta primera parte de la ceremonia contó con momentos cumbre en temas como Stand By, Si te vas y dos de las mejores canciones de su último trabajo, El hombre pájaro y, sobre todo, El poder del arte, que ya ha reservado asiento en el olimpo de las canciones de Robe.
Tras la pausa, comenzó un segundo bloque de rock más duro, con varias canciones del disco Mayéutica. Fue un espectáculo sinfónico asalvajado que Robe reforzó jugando dos cartas muy poderosas de Extremoduro: Sucede y Salir. Si quedaba alguien en el público que no estuviera ya hechizado, aquello terminó de derribar las últimas defensas, porque en La Fuensanta había cinco mil almas, pero cantaban como si fuera una única garganta.
Todavía le quedó tiempo a Robe para rematar la faena con un divertimento para generar complicidad con el público como Esto no está pasando, antes de pisar por última vez el acelerador con Ininteligible y llegar a la meta con la liberadora Ama, ama, ama y ensancha el alma. Robe se despidió agradecido desde el escenario de La Fuensanta, con una sonrisa que parecía decir que nos espera en el próximo concierto de nuestra vida.
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